Nací en el barrio de San Roque de Afuera, al igual que mis hermanos María Dolores y José Manuel, que vivimos allí con nuestros padres Manuel y Marina. Él fue trabajador de la fábrica de paraguas La Alemana, situada en Juana de Vega, mientras que mi madre trabajó en Aduanas. Mi padre fue muy conocido en todo el barrio por su afición a la pesca, ya que todo el mundo decía que tenía la lancha de remos más rápida de la zona, que llevaba el nombre de Meu rei. Aquella lancha llevaba una corona de madera y un látigo a cada lado de la proa y fue usada por varias generaciones de pescadores, en una época en la que casi todas eran de remos y algunas llevaban una pequeña vela.

Mi primer colegio fue la escuela pública de San Roque, que estuvo dirigida durante décadas por el maestro Bernardino González hasta su fallecimiento en los años setenta. A petición de todos los vecinos del barrio por el gran cariño que siempre tuvo entre ellos, el Ayuntamiento le dedicó una calle en la zona, al igual que a sor Joaquina, antigua directora del Refugio de la Caridad, ahora Padre Rubinos, después de que en los años sesenta un temporal derribase parte del muro de sus instalaciones y hubiera que trasladarlas a un nuevo edificio.

Hasta los catorce años estudié en ese colegio, donde hice el grado elemental, tras lo que me puse a trabajar como chico de los recados en la multinacional de maquinaria industrial y obras públicas Atlas Coppo, aunque por las noches estudiaba el bachillerato superior en el Instituto Masculino, donde tuve como compañeros a Gervasio Cal, Emilio Fusina, Emilio Jaspe y Pedro Bahamonde.

Al terminar esos estudios hice el graduado social en la Escuela del Trabajo, mientras que en Atlas Coppo pasé por todo el escalafón hasta llegar a ser delegado de la empresa para Galicia, Asturias, Castilla y León y Cantabria.

En las reuniones que celebramos cada año los amigos del instituto nos acordamos del famoso Clemente y su bicicleta, que hacía muchas veces piruetas con ella en las escaleras de entrada del Masculino. También me acuerdo de la mona Casilda, con la que nos metíamos al bajar a comprar chucherías al carrito de madera de Casal, que durante muchos años estuvo frente al instituto.

Sigo manteniendo relación con quienes fueron mis amigos del barrio, como Javier Gago, Emilio López, Cheché, Pepe Macho, Maribel, Lina y Pame. Nuestros juegos los hacíamos en la plazuela de San Roque, en las rocas de la playa de Lino, llamada así porque un señor llamado Lino Albela montó allí una estructura de cemento para el lavado de arena que se usaba en la construcción. También jugábamos en el hórreo de las huertas de San Roquiños y Juan Boedo, así como en el campo y huertas de A Furoca, donde cogíamos ramas de abedul para hacer los famosos tiratacos que luego cargábamos con flores para dispararlos como si fuera una escopeta de perdigones por el ruido que hacían.

En esa zona de Peruleiro, a la que aún llegaba el tranvía número 3, había una fuente a la que íbamos a beber muchas veces y en la que siempre había mucha gente haciendo cola para llevarla a casa, ya que en aquella época aún no había traída en las viviendas de la zona.

Cuando estaba cerrado el estadio de Riazor, nos colábamos en la antigua pista para jugar al hockey, aunque teníamos que tener cuidado con el vigilante, el señor Suevos, que nos tiraba cartuchos de sal si no le hacíamos caso y le tomábamos el pelo. También solíamos hacer excursiones hasta O Portiño, a las piedras llamadas de Irás y no volverás, por lo lejos que estaban.

Otro de mis recuerdos son las sesiones gratuitas de cine de los domingos en los colegios Calvo Sotelo y Hogar de Santa Margarita, a las que para asistir había que ir antes a misa, donde te daban una cartilla que te sellaban, sobre todo en el Calvo Sotelo. Cuando nos daban la paga íbamos a los cines Rex, Equitativa, España, Doré, Monelos o Equitativa.

Al hacernos mayores comenzamos a ir a las salas del centro, como el Riazor, en cuya inauguración vimos la película Chiti chiti bang bang. Recuerdo que aquel cine nos pareció enorme por su tamaño y su gran pantalla, por lo que fue uno de nuestros favoritos y vimos allí películas de gran éxito, como Tiburón, que estuvo allí mucho tiempo en la cartelera.

En una fiesta conocí a la que sería mi novia y luego mi mujer, Laura Hernández, que trabajaba en la tienda de electrodomésticos Jesús Lago y Lago, que fue un referente en la ciudad por la calidad de sus aparatos. Tenemos dos hijos, llamados Jorge y Juan, y en la actualidad soy presidente del club de fútbol OAR Imperátor y vicepresidente de la Federación Gallega de Fútbol, por lo que tengo todo mi tiempo libre ocupado.