Estaban de caza, un día normal, como cualquier otro en el camino de los faros, cerca de la playa de Balarés, en Ponteceso. Entonces, José Antonio Baldomir tropezó con algo, un trozo de plástico que, con el impacto empezó a sonar desvelando que había algo en su interior. Eran unas piezas metálicas con números grabados, como unas pequeñas pinzas para marcar algo, quizá aletas de peces, y un papel enrollado, arropado por una bolsa de plástico. Al abrirlo descubrieron que la botella había llegado de lejos, de muy lejos, de las aguas del océano Atlántico, cerca de Terranova. La había tirado al mar el 31 de octubre de 1991 el investigador Wayne Edison, a bordo del buque Wilfred Templeman, en el marco de un estudio sobre los grandes bancos de pesca de Terranova (Canadá).

En la carta, el científico pone sus datos de contacto y pide que, quien encuentre la botella, le explique dónde, cómo y cuándo lo ha hecho. Eso le daría información sobre cómo se ha movido el mensaje en el mar y qué corrientes pudieron arrastrarlo hasta el lugar en el que finalmente fue descubierto. El papel se mantiene intacto y pueden leerse sin problema las coordenadas en las que la botella de plástico fue liberada. Sobre el mapa, la costa más cercana es la de Drook, a más de 200 millas de donde se había posicionado el buque de la investigación.

Suso Hermida, José Antonio Baldomir y Manuel Pérez, creen que, por la posición en la que estaba la botella y la cantidad de tierra que la cubría, llevaba en el camino, al menos, "dos o tres años". Su teoría es que el mar la lanzó a tierra y, al ser de plástico y tener algo de peso dentro -las pinzas son de acero inoxidable-, rodó hasta quedar enganchada en esta zona cercana a la playa de Balarés, entonces, la parte del tapón se fue cubriendo de tierra hasta que los tres cazadores dieron con ella y la abrieron el pasado 27 de diciembre. A pesar de estar en las inmediaciones del camino de los faros, no les extraña demasiado que nadie la haya visto antes, porque la encontraron "en el monte" y los vecinos no suelen ir a pasear por allí.

"Es la primera vez que nos pasa algo así", decía ayer José Antonio Baldomir, que tuvo, por un momento, la tentación de dejar la botella donde estaba y olvidarse del tema, aunque sus compañeros no le dejaron. Para ellos, lo importante ahora es hacerle saber al investigador que su experimento se ha completado, que la botella no se ha perdido por el océano y que la han encontrado un cuarto de siglo después de que la hubiese lanzado.

"Si la quiere, se la mandamos, pero a saber si sigue trabajando o si ya está retirado. Es que pasaron muchos años...", comentaban ayer los tres cazadores, que intentarán ponerse en contacto con la institución canadiense para notificarle el hallazgo.