Nací en Sobrado dos Monxes, donde vivían mis padres, Ángel y Flora, y mis hermanos Paco, Antonio, María del Carmen y José Luis. Guardo un gran recuerdo de mis padres porque con su sacrificio pudieron sacarnos a todos adelante cuando éramos pequeños en unos años que fueron muy difíciles en casi toda España. Conocí la ciudad desde niño porque venía con mi familia en el tren y un autocar de la empresa Oriente para visitar a mis tíos Antonio y María, ya que ella tenía una pequeña tienda a la que mis padres traían productos de sus huertas.

Mis estudios los hice en la escuela de mi pueblo y luego en el seminario menor de Belvís, en Santiago, donde estuve hasta los dieciséis años, edad a la que comencé a trabajar en esta ciudad, donde viví en la casa de mi tía, situada en el Agra do Orzán, donde hoy está la calle Pascual Veiga.

Poco después decidí hacer la mili como voluntario y tuve como compañero a quien muchos años después sería alcalde coruñés, Paco Vázquez, con quien coincidí en la jura de bandera en Figueirido, que precisamente se inauguraron con aquel acto, ya que hasta entonces había unos simples barracones.

Al terminar la mili entré a trabajar en la empresa Saprogal, en San Pedro de Nós, donde fui mozo de almacén, carretillero y basculero, aunque cuando quisieron enviarme a trabajar a Porriño decidí dejar este empleo porque el sueldo no me llegaba para vivir allí.

Poco después me ofrecieron trabajar en Frutas Núñez, en la calle Pontejos, donde estuve solo unos meses, ya que un conocido de mi tía llamado Narciso que estaba de encargado en La Artística me logró un empleo en esa fábrica, en la que trabajé hasta su cierre. Más tarde me dediqué al sector del taxi y terminé mi vida laboral en la empresa Emesa Trefilería, en Sabón, hoy desaparecida.

Cuando me instalé en la ciudad pude hacer amigos gracias a mi primo Ángel y a los hermanos Quintela, que eran de mi pueblo, por lo que conocí entre otros a Eliseo Carvajal, Antonio y Javier Veiga, con quienes salí a partir de los quince años, cuando aún estudiaba y venía a la ciudad los fines de semana. Recuerdo que íbamos a pasear por la calle Real y las de los vinos, así como que solíamos parar en el Siete Puertas y en la cafetería Suárez, que era nuestra parada obligatoria, ya que allí conocíamos a muchos otros jóvenes coruñeses.

Nos repartíamos el tiempo de ocio según el dinero que tuviéramos y acudíamos a bailes como el Sally, La Parrilla, La Granja y algunos de las afueras como El Seijal, El Moderno y El Rey Brigo, aunque el problema de ir a estos últimos era el regreso a la ciudad, ya que sí perdíamos el autocar o el tren había que hacer el viaje a pie o tener la suerte de encontrar algún vehículo que nos trajera.

También me acuerdo de la antigua Bolera Americana, situada al lado del cine Coruña, donde solíamos ir muchas veces, así como de la peña que teníamos en el bar Rex, situado en la esquina de la calle Padre Sarmiento, donde estaba el cine del mismo nombre.

En aquella época todavía funcionaba el tranvía número 3, que llegaba hasta Peruleiro desde Puerta Real, y después llegaron los trolebuses de dos pisos que tanto llamaron la atención durante los primeros años y en los que tanto a mi como a mis amigos nos gustaba ir siempre en el piso de arriba. En uno de ellos trabajó además como conductor mi primo Francisco Suárez.

Nuestras playas preferidas eran sobre todo la de Riazor y luego la de Santa Cristina, a la que había que tener mucha paciencia para llegar tanto en lancha como en autocar por la cantidad de gente que iba los fines de semana, ya que se formaban grandes colas ante los pocos medios de transporte que había y la gente iba cargada hasta los topes de todo tipo de alimentos y bebidas para pasar el día.

En la actualidad sigo reuniéndome con mis antiguos amigos para celebrar comidas y cenas en las que recordamos los años en los que llegué a la ciudad, que entonces me pareció muy grande y moderna. Hoy ha cambiado por completo, ya que apenas queda nada de la que conocí en aquel momento, rodeada de huertas y montes por todas partes y en la que se puede decir que casi nos conocíamos todos.