-¿Cómo está la ciudad en cuanto a accesibilidad?

-Aún a sabiendas de que la discapacidad incluye situaciones muy diversas, permítame que me dirija principalmente a aquellos discapacitados que padecen en mayor medida las consecuencias de nuestra disciplina, la arquitectura, que son las condiciones físicas del espacio. Respecto a esta condición física, A Coruña goza per se de un carácter topográfico y de emplazamiento complejo, donde la construcción de barrios enteros se llevó a cabo en épocas de economía difícil, donde lo inmediato primaba sobre lo que, por aquel entonces se entendía como accesorio, lejos de este concepto tan actual de bienestar. A una escala menor, pero también incómoda, la resbaladicidad condicionó mucho la textura del pavimento, con ajedrezados y baldosas hidráulicas por doquier. Y este problema no es ajeno ni siquiera para el transeúnte de a pie, desde quien empuja un carrito hasta las mujeres en tacón o el patinador.

-¿Hay mucho que mejorar?

En los últimos diez años se ha dado un gran salto en este sentido, incorporando las exigencias de la Ley de Accesibilidad y Supresión de Barreras Arquitectónicas al planeamiento urbanístico y al diseño urbano. Desde la Pescadería hasta el espacio público regenerado últimamente en nuestra ciudad, la ambigüedad de lo que sucede en él nos ha ayudado a los arquitectos a incorporar otro tipo de pavimentos y soluciones en desnivel mucho más flexibles, imaginativas y útiles para todos. Esta Ley, fruto del esfuerzo de muchas agrupaciones de discapacitados, nos ha ayudado a los arquitectos a proyectar mejor.

-¿Cuáles son los puntos negros de A Coruña para las personas con discapacidad?

-Me quedaré en una lectura global. Para mí, sin duda, lo constreñido de su tejido, en muchos casos fruto de la presión inmobiliaria, que se refleja en el ancho de sus aceras.

-¿Por qué obras que se hacen nuevas no están adaptadas para que los discapacitados puedan utilizarlas sin ayuda? Hay casos, por ejemplo, de aceras que se rebajan y queda un bordillo en el final de las rampas que no permiten usarlas con normalidad.

-Creo que este ejemplo resultaría fácilmente subsanable. Al menos en nuestra profesión ya no es por falta de concienciación. Sin duda, muchos lectores discapacitados sabrán que existen conflictos mucho mayores en la convivencia entre los malabares que mis compañeros tienen que hacer para resolver este tipo de demandas y el resto de complejidades que entraña el proyecto arquitectónico. Yo invito desde aquí a que todos nos sentemos en una silla de ruedas al mismo tiempo que pensamos en la ciudad heredada y sus consecuencias, como hace el pequeño comerciante con un escalón en la puerta de su negocio. Y también invito al lector a que confíe en un arquitecto cuando diseña un elemento como una vivienda en donde, dada nuestra tradición familiar, cuidaremos en el futuro de nuestros padres ancianos o un familiar con muletas. Si el espacio no se disfruta, no se vuelve memoria, y por tanto no es del todo espacio.

-¿Hasta qué punto los arquitectos son sensibles a la hora de adaptar sus obras a la normativa de accesibilidad?

-Sinceramente, además de estar legislado y sometido al control de visado, creo que bastante. Lo digo porque la gran mayoría, además de convivir o haber convivido con personas de movilidad reducida, tenemos interiorizadas una serie de medidas o elementos como parte del proyecto básico. Las rampas pueden seguir siendo la promenade architecturale de Le Corbusier tanto para peatones como para discapacitados. Las proporciones de una escalera no solo la hacen más accesible, sino que nos calman en su ascenso o descenso. En cualquier caso, en obras de adaptación debemos de tener en cuenta las situaciones reales de lo constreñido, la densidad urbana y el hábitat de estrada gallego. En este sentido, nuestro gremio es muy consciente de esta realidad, pero también se encuentra con situaciones delicadas en los términos que maneja la Ley acerca de la "proporcionalidad de las obras" y la "discriminación" cuando los recorridos alternativos conducen al mismo lugar aunque sin la misma eficacia. Por otro lado, insisto, la arquitectura contemporánea, la legislación y nuestra responsabilidad social nos hacen muy cómplices de este colectivo.