Algo tiene Mozart cuando lo bendicen. Como el agua. Tras la versión de la Serenata nocturna número 6, hubo una verdadera explosión de entusiasmo, una reacción magnífica de un público que se había manifestado con bastante circunspección en la primera parte, toda ella dedicada a Carl Pihilipp Emmanuel Bach. Sin embargo, la música del hijo mayor del gran Johann Sebastian tiene una enorme calidad y el compositor una personalidad notabilísima, cuya influencia sobre grandes músicos posteriores (Haydn y Mozart, incluidos) es incontestable. Tal vez los árboles no nos dejan ver el bosque; es decir que nos hemos acostumbrado a escuchar las grandes obras de los compositores románticos y posrománticos y nos parece insulsa y hasta aburrida la música para formaciones de cámara, más reducidas. Es verdad que no fue el caso de Mozart, a pesar de que que construyó su sexta serenata con un número de ejecutantes muy escaso. Pero ello no hace sino ratificar la condición genial del músico de Salzburgo. No ayudó la decisión de Koopman de situar, en el concierto, los dos claves en posición rezagada. El instrumento de tecla tiene una sonoridad escasa, de manera que colocarlo -colocarlos- detrás de la orquesta hizo que apenas se les escuchase; con ello, se perdió la mayor parte de su discurso musical y se perjudicó el balance sonoro del conjunto. Otro grande, Haydn, cerró el concierto. Gustó mucho, pero no alcanzó el entusiasmo que despertó Mozart. Quizá no se eligió la mejor sinfonía (aunque haya recibido el sugerente sobrenombre de "milagro") de quien se considera el creador del género en sentido moderno.