El tictac del reloj suizo de Carlos Negreira dejó de sonar hace ocho meses. Al contrario que los modelos clásicos y deportivos que le gusta usar, su máquina política, que hace no más de dos años creían engrasada e impermeable, incluso por encima de las filtraciones populares, no escapó a los achaques de aquella marea azulmarea azu que acumuló un poder nunca visto en toda cuanta administración había en aquel feliz 2011.

Había sido la gran cara de la victoria de las municipales en Galicia. Mayoría absoluta en las tres ciudades de A Coruña, cotos urbanos históricamente vedados a las gaviotas. Y Diputación. Y comarca. Y votos clave para las mayorías de Alberto Núñez Feijóo, compañero de viaje personal, profesional y político, para el que pescó una y otra vez todo lo que le había encargado, y de quien podría haber sido sucesor, a tenor de analistas y corrillos en los buenos tiempos.

Cara de la victoria y cara de la derrota. Quería ocho años y fueron cuatro. Adiós ciudades, adiós Diputación. Tocado. Adiós también a las redes de arrastre cargadas de votos coruñeses para Mariano Rajoy. Tocado y, al menos por el momento, hundido. Habían pasado dos legislaturas desde que José Manuel Romay Beccaría y Núñez Feijóo le compraron un billete para A Coruña.

Tras la marcha de Fernando Rodríguez Corcoba, su primer cometido fue poner orden en un PP de A Coruña con las costuras visibles, acostumbrado al baile de aspirantes y siempre a rebufo en las urnas del todopoderoso Francisco Vázquez.

A pesar del desacuerdo de un sector de la militancia, al considerar a Negreira un venidero veniderosin pasado dentro de la agrupación local coruñesa, fue engranando el partido de manera contundente y silenciosa, hasta hacer desaparecer los recelos que solo han vuelto, y nunca públicamente, con la caída de 2015. La ascensión orgánica y política de su figura acabó avalando la decisión de dejarlo a cargo de la tropa, cuando solo un 9% de los coruñeses sabía quién era este diputado autonómico, nacido en Río de Janeiro en 1960, que llegó a Monte Alto niño, estudió en la fábrica de insignes coruñeses de Maristas y se fue a sentar en la primera fila de la Facultad de Derecho junto a Núñez Feijóo, observado desde el fondo de la clase por Miguel Lorenzo, recientemente elegido diputado.

Tras ser fichado por Romay Beccaría para diseñar el Sergas en 1992, poco después de que Galicia asumiese la competencia en Sanidad, y tras pasar por la empresa privada, AENA y Correos (casi siempre ligado a cargos en Recursos Humanos), Núñez Feijóo volvió a recurrir a su compañero de confianza para que se encargase de Portos de Galicia en 2003. En abril de 2006, solo un mes antes de que el PSOE enviase a Vázquez a la emigración vaticana y solo un año antes de las elecciones municipales, era investido hombre de futuro del PP coruñés.

"Sería un fracaso no ser la primera fuerza política en la ciudad", decía en una entrevista a las pocas semanas, en la que defendía su pasado montealtino y elegía como modelo de alcalde a la valenciana Rita Barberá, "por su forma de relacionarse con las personas y por la ambición de ciudad que tiene".

Se quedó a 4.000 papeletas de ser primera fuerza y, desde la convicción de que en cuatro años sería su momento, diseñó una oposición voluntariosa, primero para darse a conocer barrio a barrio, y después catalizando movimientos de protesta que, en tiempos en los que la crisis no se había cebado con la ciudad, tenían más que ver con la calidad de vida que con la necesidad.

Y lo logró. Sin paliativos. Mayoría absolutísima, de 10 a 14 concejales, con un refrendo vecinal en las urnas del 43,6%. A esto sumaba las muescas de las otras dos urbes coruñesas, de la Diputación y también de la comarca, con fichajes novedosos de elección muy personal, que tampoco resistirían, en su mayoría, el vuelco electoral de 2015.

A su lado en la victoria de 2011, Julio Flores, clave para introducirse en la urdimbre social coruñesa y coruñesista y que se convirtió en un número dos fiel dispuesto a batirse en duelo mientras Negreira podía adoptar posturas más institucionales. Su figura, esencial en el ascenso municipal del apóstol de Núñez Feijóo en A Coruña, quedó desgastada por la imputación en la operación Pokémonoperación Pokémon.

Fue precisamente esta investigación judicial aún inconclusa, a la que se añadiría más tarde la Zeta, uno de los problemas con los que tuvo que lidiar Negreira, ya como alcalde en el Ayuntamiento, donde construyó una gestión municipal en torno a su figura en la que, al igual que en el partido, optaba por que casi todas las decisiones, menores y estratégicas, saliesen de sus manos o tuviesen su aprobación.

Después de que Núñez Feijóo lo convirtiese en heredero de Francisco Vázquez en un mitin de campaña, también tuvo que centrar sus esfuerzos como regidor en el legado judicial "envenenado" de la gestión urbanística de los tiempos del embajador: parque ofimático, Someso, edificio Conde de Fenosa... complejos deberes que siguen sin responsables y que han llegado hasta el actual Gobierno municipal.

Ni una obra de gran calado para la ciudad como la Marina ni su malla de relaciones e intercambios para tratar de levantar proyectos o solucionar problemas ni su fama de esforzado gestor, consiguieron convencer y retener los apoyos de 2011 el pasado mayo. Internamente, no descartaban perder la mayoría, pero ni en sus peores pesadillas se imaginaron extraviar cuatro ediles. Nunca, ningún partido en la historia democrática de A Coruña, se había dejado tantos concejales en una sola tacada. Quebrantado por los deseos de aire nuevo de una parte importante del electorado, por el desempleo y la grave situación social, el Partido Popular coruñés ganó por 28 votos, en empate técnico con una fuerza nueva de debutantes en política, la Marea Atlántica.

Ha estado ocho meses en sabida situación de interinidad, un tiempo prolongado para alguien cuya primera intención tras la derrota fue la de retirarse. Tanto el partido como el grupo municipal tendrá que recomponerse después de un periodo extraño como oposición, en el que no han acabado de plantear una estrategia como la que les dio la victoria hace cuatro años, mientras el propio Negreira iba cediendo el papel nuclear y omnipresente que alguien tendrá ahora que heredar.