Cuando Indira estaba embarazada de Alejandro se sentaba junto a su marido en la segunda fila del Palacio de la Ópera. "Somos abonados de la Sinfónica desde hace quince años", recuerda. Tras tantos conciertos entre el público, Indira dio el salto ayer al escenario y estaba "muy emocionada" por empuñar la batuta, aunque solo fuese un ratito y en un concierto infantil. El pequeño Alejandro, de siete años, fue el primero que se subió al podio del director para guiar con sus manos a la Orquesta Sinfónica de Galicia.

Los músicos, como siempre, de negro, aunque con alguna licencia carnavalera y con los instrumentos bien afinados, para cualquier melodía que deparase el repertorio. Eso sí, no hubo sillas vacías sobre el escenario, las plazas vacantes las fueron llenando los niños que quisieron sentirse músicos de orquesta por un día. Algunos agitaron las maracas, otros no perdían detalle de lo que hacían los que, solo con mover las manos, inundaban de música el Palacio de la Ópera. Como maestro de ceremonias estuvo el director y percusionista José Trigueros. Fue el encargado de poner el metrónomo en marcha, de explicar cómo son los ritmos y cómo se les marcan a los músicos, arriba y abajo, a un lado y a otro y otra vez arriba y abajo, y de cogerle el brazo a los voluntarios, pequeños y mayores, que se aventuraron a ejercer de directores, aún sin saber bien cómo mantener un movimiento constante con la batuta en el aire.

Y les explicó también cómo se comporta un director o una directora cuando tiene un concierto, cómo saluda al público, cómo le saludan los músicos poniéndose en pie y cómo él les devuelve el afecto dando la mano al concertino, que es el violinista principal y el que se encarga de dar la nota de referencia para que todos los instrumentos de cuerda afinen antes de comenzar la actuación.

"Me gusta mucho toda la música", decía ayer Alejandro, tras el concierto Hoy diriges tú, que se celebró en el Palacio de la Ópera. No fue el único que se subió al escenario para mover una batuta que Trigueros definió como un "mando a distancia", lo hicieron también Jaime, Carolina y Antón, Candela, Rubén y David, un padre del público, que se llevó una amonestación en forma de tarjeta amarilla por conducir a la Sinfónica por un camino demasiado lento. Y se quedaron otros muchos sin subir al escenario aunque, no por ello, dejaron de mover los brazos y de ver en los instrumentistas un atisbo de obediencia a sus órdenes y bailes.

En el público, un ratito sentados otro sacándose los zapatos y subiendo y bajando las escaleras, se reunieron pequeños disfrazados de superhéroes, de bailarinas, de princesas y de animalitos del bosque. Y, en algún momento o en otro del concierto, todos participaron, con la batuta en la mano, chasqueando los dedos para marcar el ritmo de un jazz, intentando silbar la banda sonora de El puente sobre el río Kwai, o tratando de distinguir los diferentes ritmos en los siete minutos que dura la Obertura del murciélago, de Johann Strauss.