Hay días signados por la gracia. Éste empezó con una obra en que Jonathan Harvey utiliza una orquesta casi convencional. Eso sí; con abundante riqueza percusiva que le permite obtener sonoridades muy especiales, transparentes, etéreas. Los pianísimos de los arcos, parecían llegar desde otro mundo? Espléndida versión de la Sinfónica dirigida con mano maestra por su titular. En general, la obra gustó: Dima hubo de salir a saludar dos veces; lo cual para una partitura finisecular (1999) es inusual. En el concierto de Schumann, actuó una joven violinista rusa que ya habíamos escuchado aquí hace cuatro años. (Dato que agradezco a un gran aficionado, José Luís Casas, que es una enciclopedia musical ambulante). Toca muchísimo, y falta le hace (en su época, grandes virtuosos rehusaron interpretarlo por su dificultad). Lástima que el sonido se empobrezca en ciertos momentos, a pesar de que el director cuidó mucho la regulación del volumen y la orquesta jamás la tapó. Como bis, tocó -y cantó- una interesante pieza de György Kurtag, Fragmentos de Kafka. La OSG, impecable; su lectura del precioso segundo tiempo, para la memoria. Y llegó la sinfonía que, para muchos ejecutantes y batutas, es la más difícil; y para unos cuantos la más bella, la más equilibrada; donde Brahms alcanza ese ideal de perfección que persiguió durante toda su vida. Tal vez alguien piense que el elogio es desmesurado; pero yo no he escuchado -en vivo, se entiende- una versión como nos ha regalado la OSG con su director al frente. Creo que el compositor hubiese disfrutado con esta lectura de la que llamó su "sinfonía demasiado célebre". ¡Cómo le gustaba desconcertar a sus oyentes! Parece probable que estuviese encubriendo -como hacía tantas veces- sus verdaderos sentimientos. En todo caso, desde dondequiera que nos esté viendo, seguro que estará asombrado con esta gran orquesta, con este gran director y con esta gran versión. Aunque gruñirá un poco para disimular.