No sé si el Cuarteto de Leipzig es el mejor de Alemania, tal como ha afirmado la prestigiosa revista musical Gramophon; pero sin duda se halla entre los primeros del mundo. Con casi treinta años de existencia, su currículo resulta impresionante. Una de sus más destacadas cualidades es la búsqueda de la perfección. Por eso, su Mozart es tan sutil y tan bello. Parece un encaje preciosísimo donde no hay la menor discordancia, ni el menor hilo sonoro se halla suelto o fuera de su sitio porque el ajuste es de una precisión total. El maravilloso cuarteto apodado La caza debido a los pasajes imitativos del primer tiempo, fue un momento extraordinario; probablemente el más eminente de un concierto signado por la más alta calidad artística. No le va a la zaga el cuarteto de Beethoven, denominado serioso y que tal vez más que serio sea severo. Posee una especial característica: las repetidas modulaciones; muchas de ellas, con relaciones lejanas entre tonalidades; el segundo movimiento es una verdadera obra maestra. Obra de muy difícil ejecución, de rigor extremo, sin concesiones al oyente; tal vez por ello, no pareció, a tenor de los aplausos, lo que el público más valoró del concierto. Sin embargo, el Brahms más difícil, más complejo y cerebral, la obra que Schönberg eligió como paradigma del "progresismo" del compositor alemán, fue acogida con el mayor entusiasmo. No es cualquier público, éste de la Filarmónica; capaz de apreciar la impresionante capacidad compositiva de que hace gala el músico hamburgués en esta obra impar, aunque tal vez más intelectiva que afectiva, más para la cabeza que para el corazón. Una pieza poco habitual, de Mendelssohn, fue un bis amable, encantador: Capricho para cuarteto de cuerda.