Cuando Esther Pousada llegó a Corea, asegura que el barrio ya tenía ese nombre y que, a pesar de que han pasado medio centenar de años, todavía no ha descubierto la razón por la que esta urbanización de casas bajas, paredes blancas y amarillas y ropa tendida en una cuerda delante de la puerta, recibió este nombre.

"Esto es Corea, aquello de allí son las casas de Franco y, lo demás, Labañou", explica Pousada, que asegura que lo mejor de vivir en esta zona es que se conocen todos los vecinos, porque han vivido juntos "toda la vida".

Para Aarón Touriño, su nieto, lo bueno de Corea es también estar rodeado de sus amigos. No fueron siempre los tiempos tan tranquilos y felices como ahora, ya que años atrás, en los ochenta, los jóvenes de Corea y Katanga se peleaban entre ellos y con quien hiciese falta.

No se sienten alejados del centro de la ciudad, aunque puedan casi tocar con las manos el obelisco Millenium. Dicen que van al centro andando o en autobús y que tampoco necesitan salir de su barrio para encontrar casi todo lo que buscan y necesitan. "Yo voy al centro cívico a bailar", comenta Esther. Su nieto tiene otras inquietudes, las que le llevan a las pistas de Labañou o a las del colegio Emilia Pardo Bazán a jugar con sus amigos.

Estos barrios reciben el nombre de las guerras que había cuando se construyeron La de Katanga, en el antiguo Zaire -ahora República democrática del Congo-, fue en los años sesenta, cuando se erigían ladrillo a ladrillo las casas bajas y baratas de este barrio que sirve de hilo conductor entre la ronda de Outeiro y O Ventorrillo.

Igual de bajas son las casas de Corea, que nació en los años cincuenta. Mantiene todavía su parroquia y algunos gatos y perros en libertad, como en un pueblo.