Los adjetivos, sobre todo los de carácter laudatorio, se desgastan por el uso demasiado frecuente o desmedido. Por ejemplo, "sensacional". Pero en este caso, parece el más adecuado para calificar el concierto que hemos escuchado el pasado martes a las hermanas turcas, dotadas de un apellido singular con nada menos que tres diéresis. Dos características destacan de manera muy especial en su definición artística: la perfecta compenetración y el asombroso dominio técnico que, si se pusieron de relieve durante todo el concierto, alcanzaron una cima difícil, no ya de superar sino ni siquiera de alcanzar en esa suerte de locura, esa vorágine raveliana que es La Valse. En esta obra de insólita riqueza armónica, que cerró el concierto, hemos podido escuchar prácticamente cada nota, cada tema, cada voz interior. Nunca he oído así esta partitura admirable, ni siquiera en su versión más habitual para orquesta sinfónica. También fue muy notable la interpretación de los preciosos Valses nobles y sentimentales, que Ravel compuso -es evidente- como homenaje a Schubert, quien escribió dos series de valses de idéntica denominación: 34 Valses sentimentales, D 779 y 12 Valses nobles, D 969. Completaron este concierto -que, dada la dificultad de ejecución, bien podríamos calificar "de bravura"- las dos suites de Rachmaninov. Están escritas para dos pianos y constan de cuatro piezas cada una. Completan, junto con la transcripción de las espléndidas Danzas sinfónicas, opus 45, la música que escribió el compositor para dos pianos. Al finalizar el recital, tras la maravillosa versión de La Valse, se escucharon nutridos aplausos y exclamaciones de entusiasmo. Sin embargo, no hubo bis, lo cual no es sorprendente, tras semejante tour de force. Un gran concierto.