La periodista y escritora Cristina Losada presentó ayer en la librería Arenas su libro Un sombrero cargado de nieve, un relato sobre su experiencia vital a lo largo de un periplo de siete años que le permitió entrar en contacto con diversas culturas de los cinco continentes.

-¿Qué fue lo que la llevó a emprender un viaje sin un destino fijo?

-La angustia y la desorientación que aparece cuando uno pierde su lugar y no sabe cómo encontrar otro. Ese momento surge del final de una época. El mundo al que yo había pertenecido, el de la política clandestina y revolucionaria de los últimos años de la dictadura franquista, desapareció a finales de los 70. Nada de lo que sucedió entonces fue como nosotros creíamos que iba a ser y esto condujo al derrumbe de unas creencias políticas y a un derrumbe personal.

-En Un sombrero cargado de nieve prevalece el viaje interior o el físico?

-Ambos están entrelazados. Me interesaba sobre todo contar lo que vi y lo que viví, no porque lo hubiera vivido yo, sino porque me parecía que muchas de las cosas que había visto tenían algo de extraordinario que me interesaba plasmar. Al mismo tiempo yo también quería escribir sobre lo que pasa cuando uno no sabe cómo encontrar su lugar en el mundo, y qué sucede cuando uno emprende una huida para buscar algo que no sabe muy bien qué es.

-¿Disfrutará más de este libro el lector viajero o el sedentario?

-El viajero habitual se encontrará con situaciones que le resultarán familiares viajando de esta manera, ya que no es lo mismo hacerlo de manera organizada, que sin dinero y sin planes y buscándote todo por tu cuenta. El sedentario podrá disfrutar de un recorrido que es un retrato del mundo de los años 80.

-¿Es necesario irse lejos para apreciar lo que siempre se ha tenido cerca?

-Cuando uno se va lejos las cosas se ven de otra manera. Puede ser que uno aprenda a apreciar ciertas ventajas de su país, o puede que haga comparaciones y vea más defectos. Esa mirada desde la distancia siempre es conveniente cultivarla para abrir un poco la mente.

-De todas las culturas que ha conocido, ¿hay alguna que le haya marcado especialmente?

-La asiática, si es que podemos hacer una generalización, me interesó por la percepción que tuve allí de que lograban no tener la tensión que tenemos los occidentales entre el trabajo y la vida, como si fueran antagónicos. Uno de los países que más me interesó fue Filipinas, que sentí como un lugar muy exótico y a la vez muy familiar, supongo que esto tenía mucho que ver con la huella española, que todavía se notaba en ciertos aspectos.

-¿Ha tenido la tentación de volver a viajar de este modo?

-La tentación siempre está ahí, pero este tipo de viaje solo se soporta cuando eres joven. Atravesé el Sahara con un coche de segunda mano y cuando terminé me dije que nunca más volvería a hacer algo así, porque fue extremadamente duro.