La música de Rachmaninov tiene con frecuencia aspectos demoníacos. En el caso del Concierto para piano nº 3, se trata de sus demonios interiores, provocados por una personalidad neurótica. De hecho, tras el fracaso de su Primera Sinfonía se sumió en una profunda depresión de la que lo sacó un psiquiatra, al que en agradecimiento dedicó su Concierto para piano y orquesta nº 2. Dentro de esta obra espléndida, pueden identificarse pasajes de carácter demoníaco en el sentido que se ha dado al término. Lo mismo sucede con el Concierto nº 3 que también contiene momentos satánicos. Este concierto es más irregular que el precedente, aunque contiene motivos de gran belleza. La versión del pianista, Barry Douglas, espléndida; además estuvo muy bien acompañado por una orquesta y una batuta extraordinarias. Jurowski ama la tradición y, por gozar de autoridad, no necesita adoptar maneras autoritarias; su dirección es mesurada, parca en el gesto, estimulante y precisa. Así llevó también la sinfonía de Prokofiev, pese a que se trata de una reelaboración de fragmentos de la ópera El ángel de fuego, que trata de la hechicería y de la posesión diabólica. Versión magnífica de la batuta, al frente de una orquesta que realizó una gran labor frente a partitura de enorme dificultad, donde la acumulación de violentas sonoridades puede llevar con facilidad a la estridencia y a la distorsión. Jurowski tuvo un gesto muy elocuente, enviando a la agrupación un beso "volador"; y otro de idéntica naturaleza dirigió al público por su modélica reacción ante la lectura excepcional de una partitura de dificultad extrema. Ignoro si el pianista lo hizo adrede, pero el bis que nos ofreció fue como un bálsamo entre dos obras de carácter satánico: la bellísima Canción de Otoño (Octubre), perteneciente a la Gran Sonata Las estaciones, opus 37, de Chaikovski.