Nací y me crié en el antiguo barrio del Gurugú, donde viví con mis padres, Enrique y África, y mis once hermanos: Enrique, África, Palmira, Manuel, Alejandro, Encarnación, Jaime, Edmundo, Isabel, Elisa y Mercedes. Mis padres fueron muy conocidos en el barrio porque él tenía un pequeño taller de reparación de calzado en el bajo de nuestro edificio y más tarde trabajó en El Ideal Gallego hasta su jubilación, al igual que mi hermano Enrique, ya fallecido. Mi madre trabajó desde muy niña y lo hizo en la fábrica de salazones cuando había trabajo, así como limpiando en diferentes casas.

Fue una época muy difícil para muchas familias coruñesas, ya que nos tocó vivir la Guerra Civil y luego la mundial, por lo que hubo mucha hambre y falta de muchas cosas de primera necesidad, por lo que solo gracias al sudor de nuestros padres, que no pararon de trabajar para alimentar las bocas de sus doce hijos, pudimos salir adelante. Los hijos mayores tuvimos que ayudarles porque todo trabajo era poco y además tuvimos la mala suerte de que un hermano murió por falta de penicilina, ya que solo estaba al alcance de los pudientes.

Nuestros juegos los hacíamos en la calle y con casi nada, ya que los juguetes brillaban por su ausencia porque eran un lujo, por lo que utilizábamos cualquier cosa. Hacíamos nuestras propias muñecas y cosíamos sus vestidos con cualquier trapo viejo, lo que me gustaba mucho y además me entretenía. Como las calles eran de tierra y se llenaban de barro cuando llovía, muchas veces jugábamos en el portal de las casas, donde también hacíamos tómbolas para intercambiar lo poco que teníamos entre los amigos del barrio.

Mi primer colegio fue la escuela Labaca, de la que tengo un gran recuerdo por mis profesoras Amparo, Leonor y Angustias, con quienes me encantaba estudiar, aunque debido a la gran familia que había en mi casa tuve que ayudar mucho para cuidar de mis hermanos pequeños. Cuando no podía bajar a la calle a jugar con mis amigas, eran ellas las que subían a casa y me echaban una mano con mis hermanos, por lo que les tengo mucho cariño y les mando recuerdos, especialmente a Juanita Moreno, Encarna Domínguez, Milucha Otero, Pilar Barallobre y Carmina Míguez, con quienes conservo la amistad.

Era un tiempo de muchas penurias, por lo que para un niño o niña cualquier cosa tenía valor, por lo que si nos regalaban unas mariquitas recortables de papel, teníamos entretenimiento para muchos días. Los tebeos o un simple libro eran también un tesoro, y los santos y cumpleaños, así como las navidades y Reyes, se esperaban con ansiedad soñando que nos regalarían alguna cosa que nos haría felices.

Empecé a trabajar a los catorce años, al igual que muchos jóvenes, para ayudar a mis padres y comencé en la fábrica de camisas y confecciones La Pampa, donde también lo hicieron algunas de mis hermanas y amigas, como Pilar y Carmina, gracias a cuyos padres podíamos ir a todas las fiestas y bailes del Centro Deportivo de Santa Lucía, donde lo pasábamos muy bien. También íbamos a las fiestas del Gurugú y a la romería de Santa Margarita, mientras que los domingos que teníamos la suerte de contar con unos céntimos disfrutábamos de buenos ratos en los cines Doré y España.

Con el paso de los años me casé con Antonio Mantiñán y nos trasladamos a vivir a Labañou, donde se criaron mis dos hijos, Dori y Antonio, quienes me dieron una nieta llamada Verónica. Recuerdo con agrado el día que celebramos nuestras bodas de oro, ya que invitamos a comer a la familia, puesto que cuando nos casamos no pudimos hacerlo. Ahora resido en la avenida de Montserrat y, cuando la salud me lo permite, salgo a pasear con mi hija y acudo al centro cívico de Monelos, donde me reúno con otras conocidas de mi edad.