Su nombre lleva cuatro décadas ligado a algunas de las producciones escénicas y audiovisuales más destacadas de España, entre las que se encuentran el filme Amanece, que no es poco, la serie Compañeros y obras teatrales como Luces de bohemia. En esta ocasión, Miguel Rellán participa en la adaptación de la obra de Miguel Mihura Ninette y un señor de Murcia, dirigida por César Oliva.

-¿Qué le animó a participar en esta obra?

-Javier Mora me llamó una noche y me pregunto si me parecía que se podría hacer esta función. La leímos y le dije que sí, que a pesar de estar escrita en los años 60, los españoles seguimos siendo tan imbéciles que sigue vigente lo que se cuenta ahí, más allá de que se hable en pesetas y de que no hubiera teléfonos móviles. Mihura habla de las mismas cosas que nos mueven y nos moverán a los seres humanos, lo que siempre han contando desde Homero a Shakespeare: la ambición, algo que vemos ahora con los papeles de Panamá; el dinero, el poder, el sexo, y todo lo que se deriva de eso.

-Casi todos los personajes de la obra mienten.

-Como bellacos, como mentimos todos para intentar aparentar que somos mejores de lo que somos. Por ejemplo, el personaje que yo hago, el padre de Ninette, es un exiliado que cuando habla parece el Che Guevara, es un revolucionario que parece que lo tiene clarísimo, pero sucede aquello de "obras son amores, que no buenas razones"; dicen una cosa pero hacen otra.

-¿Piensa que la comicidad de este tipo de obras consigue solapar su trasfondo?

-Para muchos espectadores, sí, se quedan con la primera capa, la de los diálogos y situaciones ingeniosas. Pero eso depende de la capacidad que tenga uno de complicarse la vida. Es bastante frecuente que la gente salga diciendo: "Nos hemos reído mucho, pero después nos preguntamos de qué puñetas nos habíamos reído, porque maldita la gracia que tiene esto". Es lo que pasa, salvando las distancias, con las películas de Billy Wilder o de Berlanga. Maldita la gracia que tienen películas como El Verdugo y Con faldas ya lo loco, pero utilizan el vehículo del humor.

-Compatibiliza varios proyectos a la vez. ¿Resulta sencillo?

-Estoy acostumbrado, como casi todos los actores que tenemos la fortuna de trabajar con continuidad. El otro día estuve grabando Cuéntame hasta las cinco de la tarde y a las ocho y media hice Novecento en el Teatro Maravillas, un hora y media yo solo. Terminé cansado pero el ser humano está hecho para trabajar, cansarse y descansar.

-¿Qué filtros utiliza a la hora elegir los proyectos?

-Cuando empezaba quería ser exquisito, pero me di cuenta de que había que hacer de todo. Hay veces que viene un proyecto estupendo que está mal pagado pero me apetece hacerlo por la razón que sea, y cosas horrorosas que me las pagan bien. El único límite que me pongo es el ideológico. En teatro soy mucho más exigente, mido muy bien lo que hago y con quién lo hago, ya que hay que salir a defender algo todos los días, está en juego lo mejor y lo peor del ser humano: la generosidad, la solidaridad, y el sacrificio de los compañeros.

-Habla de fortuna, pero mantener una carrera encadenando proyectos, ¿depende solo de la suerte?

-Para cualquier profesión hace falta suerte. Pero no le quepa duda de que he puesto de mi parte, intento hacerlo lo mejor posible. También contribuyen otros factores, como tener un físico que lo mismo sirve para un asesino en serie que para un profesor de literatura.

-Ha ganado un Goya y dos premios de la Unión de Actores, sin embargo siempre les resta importancia.

-Siempre están bien, masajean el ego, lo que sí digo es que este tipo de premios no se pueden medir, ¿cómo se mide qué actor es el mejor? Los premios sirven para promocionar algo, el cine americano en los Oscar y el español en los Goya. Lo agradezco, mi madre se alegra, y los pongo entre los libros.