Rabia, una de las madres que lleva a sus tres hijos a la escuela intercultural de la Sagrada Familia, llega nerviosa a la cita. No quiere fotos. Cubre su cabello con un pañuelo en tonos verdes, a juego con el caftán que luce encima de unos vaqueros. Recuerda con precisión el día que llegó a A Coruña desde Marruecos. Tenía 28 años, estaba embarazada y la acompañaba su hijo de 3 años. "Fue el 10 de octubre de 2004", dice sin pensar. Su marido, que trabaja de marinero, la esperaba. Entonces le llamaron la atención "demasiadas cosas". Algunas todavía le extrañan. "Hay mucha gente mayor en la ciudad, los profesores en los colegios son muy mayores. En Marruecos de 70 años casi no hay nadie", asegura.

No sabía "nada" de español. Aún hoy pide disculpas por no expresarse con fluidez. "Es un idioma muy difícil, no conoces a nadie, la forma de vida es diferente", cuenta, al tiempo que recuerda que le chocaron cosas que ahora forman parte de su vida cotidiana como introducir una moneda para coger un carrito en un supermercado o echar la basura en el lugar adecuado. Su vida cambió en A Coruña cuando comenzó a "poder hablar" sin haber pisado nunca una clase. "No tengo tiempo. Lo aprendí en casa, mis tres hijos me ayudan", explica.

Hoy, tras once años y medio en la ciudad, tiene dos niñas, Fátima y Suath, de 11 y 9 años, y Mohamed Reda, el hijo con el que emigró de Marruecos, que cumplió 13 años. De África añora la familia y el clima. "Aquí llueve todos los días, hay mucha humedad y hace frío. Es todo el rato invierno. Hablan de agosto, pero no hay ni agosto", bromea mientras recuerda que en su ciudad "de 40 o 50 grados no se baja".

El único mes en el que Rabia agradece el clima coruñés es el del Ramadán. "No dan ganas de beber porque no hace calor", cuenta. El ayuno lo cumplen ella, su marido y su hijo. Las niñas todavía son pequeñas. "Fátima no sé si querrá hacerlo porque no tiene ganas de nada. Me dice que no quiere vestido, que quiere vaqueros", comenta sonriente. "Hasta los 18 no pasa nada, después, ella decide si quiere llevar vestido y velo o no. Ahora es muy pequeña", explica Rabia, quien cuenta que acude con su familia a la mezquita de la avenida de Finisterre dos horas el sábado y dos el domingo para "mantener la tradición". Sus tres hijos se expresan en árabe y español. "Vamos a Marruecos cada dos años y toda la familia habla árabe. Si los niños no lo supiesen sería un problema", dice.

Fátima, Suath y Mohamed acuden todas las semanas a la escuela intercultural de la Unidad de Asesoramiento a Migraciones (UAMI). "Salen muy contentos, les enseñan muchas cosas. Ahora los deberes los hacen muy bien. Antes tenían las notas bajas, yo no sabía español y no les podía ayudar. Mejoraron en todo y tienen amigos de otras culturas. Los niños son igual que los españoles, están muy integrados. Tienen amigos, Facebook, de todo", cuenta Rabia. Ella, como sus hijos, asegura sentirse "bien" en A Coruña y destaca la importancia que tiene para su familia la ayuda de la UAMI. "Este año las clases tardaron en empezar, empezaron en febrero, y los niños ya me preguntaban cuándo venían", recuerda.

La vecina de Os Mallos agradece a Natalia Díaz, la profesora de sus hijos, su "paciencia". También a Salomé Cao, la trabajadora social, y a Raquel Pajón, la dinamizadora socioeducativa, que siempre estén dispuestas a echarle una mano. A Rabia, al igual que al resto de padres, le agrada llevar a sus hijos a la escuela. Para muchos es el único momento del día en el que conversan distendidamente con otros adultos. De hecho, hay un grupo que espera en las instalaciones a que sus hijos terminen las clases.

Las trabajadoras viven en primera persona la adaptación de las familias, llegadas de cuatro continentes. "Cuanto más pequeños son los niños, más fácil es el proceso. El otro día un niño senegalés de 6 años que vino hace un año se presentó en la clase y dijo: 'Eu son Mamadú'. Aprenden el gallego y el español con naturalidad", indican. Cao y Pajón recuerdan que le mostraron a una marroquí usuaria del centro fotografías de archivo que evidencian su evolución. "Llegó cubriéndose la cabeza con un pañuelo y ahora tiene mechas. Cuando las vio dijo que nunca más iba a tener el pelo como antes", cuentan.