Nací en Miño, de donde era originaria mi madre, Josefina, mientras que mi padre, Evaristo, nació en Alicante y fue militar, por lo que le destinaron en los años cuarenta a Ferrol, donde conoció a mi madre. Más tarde le trasladaron a Valencia, donde vivimos hasta que cuando yo tenía ocho años le destinaron a esta ciudad, donde residimos en la plaza del Comercio.

El principal motivo de que mi familia se instalara aquí fue la vinculación de mi madre con su hermana, que tenía una panadería en la calle Cuba llamada Debén, que abrió en los años de la guerra y con el tiempo se expandió por la ciudad con otros puestos de venta. Mis primeros amigos coruñeses fueron Bernardo Romay, Manolo, Pedro, Luis, Juan, Gesto, Zalo, Míguez, Yáñez y Rafael, con quienes disfruté de unos años preciosos a pesar de la gran carestía que había, especialmente de comida, aunque a los chavales nos sobraba la ilusión para jugar a todo lo que podíamos.

Me acuerdo perfectamente de tranvías como el tres, que iba de Puerta Real a Riazor y Peruleiro, así como del Siboney, que iba hasta Sada, un viaje que cuando eras un chaval te parecía una gran excursión por lo largo que te parecía. Recuerdo que por el camino había gente que se desplazaba andando o en carros tirados por caballos o bueyes llevando todo tipo de cargas. También me acuerdo del viejo autobús de la marca Saurer de la compañía A Nosa Terra, con asientos en el techo, que iba hasta las playas de Santa Cristina, Bastiagueiro y Santa Cruz, en los que unas veces íbamos pagando y otras enganchados.

La playa que más nos gustaba, sobre todo porque estaba en la ciudad, era la de Riazor, donde la mayoría de mi pandilla aprendió a nadar tirándose de la famosa peña llamada el Cagallón, que años después fue cubierta por el dique que se construyó frente al Playa Club para proteger esa zona de los temporales.

Recuerdo que en los años cincuenta el alcalde había prohibido que en Riazor los hombres estuvieran con el torso descubierto y que había guardias municipales recorriendo la playa para que se cumpliera la orden, por lo que si veían así te llamaban la atención, aunque en cuanto pasaban de largo la gente se sacaba enseguida la camiseta, por lo que ante el cansancio de los policías la normativa desapareció ese mismo verano.

También recuerdo cuando íbamos a los viejos cines de barrio, como el Hércules, que era uno de los más populares. A partir de los quince años los fines de semana bajábamos al centro a recorrer los Cantones y la calle Real para pasar el rato, aunque también hacíamos el recorrido por las calles de los vinos, donde solíamos parar en alguna cafetería, así como en la famosa Bolera Americana, que estaba junto al desaparecido cine Coruña.

A esa edad a varios de la pandilla nos aficionamos a la lucha libre americana, que se practicaba en el antiguo estadio de Riazor y a algunos nos dio por practicar el yudo, un arte marcial que entonces era desconocida en la ciudad y que aprendimos en el edificio de Falange en la Palloza con un profesor llamado Puga. Se puede decir que fuimos los primeros coruñeses que nos convertimos en yudocas, y además poco después nos proclamamos campeones gallegos por equipos en la competición que se realizó en las instalaciones de La Solana.

Más tarde competimos en Ferrol y Ourense, lo que nos permitió ser el primer equipo gallego que participó en el campeonato de España, que se celebró en el pabellón del Club Natación Canoe y en el que fuimos eliminados. En la actualidad soy el más veterano de aquel primer grupo de yudocas coruñés y sigo practicando este deporte con ayuda del gran Bernardo Romay, fundador del Judo Club Coruña.

Tras terminar mis estudios seguí la carrera militar, al igual que mi padre, y cuando estuve destinado en la Brigada Paracaidista en Alcalá de Henares conocí a la que después fue mi mujer, Nieves Sánchez. Tenemos cuatro hijos: José, Isabel, María y Gemma, quienes nos dieron cinto nietos: Elia, Darío, Carmen, Manuel y Nacho, que llenan por completo todos nuestros artos de ocio tras mi jubilación.

Sigo manteniendo relación con mi pandilla de siempre, a la que se conoce como los Nécoras, y con la que practico el golf en el campo de la Torre, y además la bicicleta de montaña con otros amigos como Manolo, Luisa, Elisa y Recio, con quienes hago recorridos por A Zapateira y el monte Xalo.