-Una familia extranjera se instala en la ciudad. ¿A quién le cuesta más adaptarse e integrarse, a los padres o a los hijos?

-Se adaptan mejor los niños. Quitando casos de reagrupación familiar tras un tiempo en el que los padres están en un país nuevo y sus hijos llegan más tarde, hay que tener en cuenta que la escuela es un espacio de convivencia muy importante que los padres no tienen. Ellos, con suerte, trabajan, y se dan muchos casos en los que se relacionan solo dentro de su comunidad. Los niños se abren más por estar en la escuela, donde tienen más posibilidades de integrarse. Cuanto más pequeños sean, mejor, porque a esa edad hacemos menos diferencias sociales, que se desarrollan más con el tiempo.

-¿Cuál es el mayor problema de esos niños al llegar a un país y escolarizarse?

-Una cultura distinta o muy distinta a la suya y el idioma, aunque depende de qué colectivos. También las convalidaciones: no se hacen pruebas a cada alumno cuando llega a un país para ver en qué nivel se encuentra y situarlo en el equivalente, pero las tablas no se corresponden con el nivel real y a menudo ocurre que los alumnos están en niveles inferiores, lo que provoca desmotivación, aburrimiento y finalmente abandono.

-¿A quiénes les cuesta más adaptarse a la cultura española?

-Hay colectivos que tienen problemas serios por aspectos culturales. Nos preocupan los niños rumanos, muchos sin escolarizar; debe ser de los pocos que tiene a sus hijos fuera de la escuela. Hay niños que pasan las mañanas en la calle, alguno recogiendo agua en fuentes para llevarla a casa, donde no tienen. Y cuando van a la escuela la abandonan, sobre todo las niñas, en ocasiones por embarazos precoces a los 14 años. Es el colectivo más cerrado, no tiene espacios de convivencias con la sociedad, ni con la cultura receptora ni con las demás. Son colectivos de gitanos rumanos que en su país estaban marginados y que aquí reproducen los mismos patrones que seguían allí.

-¿Cómo se salva la barrera del idioma?

-El idioma es el otro gran problema, pero no es insalvable porque los colegios tienen programas de inmersión que suponen un gran avance. Los latinoamericanos, desde luego, lo tienen más fácil. Para los demás es una barrera inicial que se supera pronto, con el día a día. Luego los hijos hacen de interlocutores de sus padres cuando van al mercado o al centro sanitario.

-¿Qué seguimiento se les hace a los niños en las escuelas?

-Hay programas de integración e inmersión lingüística y nos consta que en las escuelas del Agra do Orzán y Sagrada Familia dan buen resultado. Se ven en los pasillos carteles en varios idiomas. Es un ejemplo de interculturalidad bien llevada. Preocupan más los casos individualizados y sobre todo la poca participación de los padres, una asignatura pendiente. Si ya la de los padres españoles es reducida, la de los extranjeros, todavía más.

-¿Es más difícil para el educador sintonizar con los padres?

-Sí. De hecho, el contacto se da por los hijos. En este aspecto hay que trabajar para crear una red que arrope a toda la familia. Debemos integrar más a los padres, no solo para resolver situaciones de alarma para las que ya interviene el colegio, sino también en el día a día.

-¿Se relacionan más entre sí los niños extranjeros en las escuelas que con los nativos?

-Hemos visto relaciones muy normales de integración en las clases, pero en las calles están más separados: el grupo dominicano junto, el grupo senegalés por su lado... Al decidir con quién estar por gusto se escoge lo más cercano, porque los padres son amigos o viven en el mismo barrio.

-¿Los inmigrantes demandan ahora más plazas en las escuelas que hace unos años?

-Eso está asumido por las poblaciones extranjeras, salvo lo que decíamos de la rumana, a la que hay que sacar de su hermetismo. Dejando este caso, lo primero que quiere quien llega de fuera es que su hijo tenga una buena educación.

-¿Es la escuela suficiente para reducir su condición de colectivo vulnerable?

-La vulnerabilidad existe por la mera falta de red de apoyo social y por otras causas. La educación en igualdad no puede partir solo de la escuela, hay que trabajar la convivencia a nivel comunitario para amortiguar situaciones de racismo: en la familia, en centros de salud, en grupos vecinales...

-¿Qué respuesta da la sociedad a los menores cuyas familias se esfuerzan en integrarlos a través de la escolarización?

-Creemos que falta por valorar el papel de estos niños como puente entre comunidades y culturas. Es un recurso valiosísimo contar con ellos, que pueden ser agentes de conexión entre las dos. Habría que motivarlos y estimularlos más para que trabajasen en ese sentido. Porque un problema que tienen es de identidad: no son de ningún sitio, son de aquí o de allá según donde estén, si vienen o se van.

-¿Qué medidas emplea Ecos do Sur en la integración de la población migrante?

-Ahora no tenemos ningún programa específico dirigido a menores, pero sí proyectos como Apoia Nais, para madres y menores de 3 años a los que se les da un apoyo integral, un acompañamiento social que se materializa en empleo, formación para el empleo, orientación laboral o asistencia jurídica en extranjería. También tenemos abierta la línea de mediación familiar cuando hay conflictos, así como un servicio de mediación intercultural muy útil con un chico senegalés y una chica marroquí con experiencia en el trabajo de las claves culturales con familias y docentes.