Nací en la calle Vereda del Polvorín, donde vivían mis padres, Jesús y Pilar, además de mis hermanos Carlos, Pilar, Suso, Mari, Manolo y Rosa. Mi padre fue un conocido percebeiro de la zona de la Torre al que conocían como el Tereso y trabajó también en la descarga de buques en el puerto, mientras que mi madre vendió pescado en el mercado de San Agustín.

Mi primer colegio fue el que dirigía don Enrique en la calle de Santo Tomás, donde coincidí con Loureda y Manolete. Mi pandilla de niñez y juventud la hice con amigos de mi calle y compañeros de la escuela de Tonecho en Adelaida Muro, donde entré tres años después de la anterior. Mis mejores amigos fueron Mingos, Manolo Trueno, Eduardo, Toñito Villaverde, Caaveiro, Cañas, Paco Largo, Pardillo, Nano, Toñito, Geluco y Lito el del Tanagra, con quienes lo pasé muy bien a pesar de que no teníamos de nada.

Tuvimos la desgracia de nacer en una época muy dura, ya que acababan de terminar la guerra española y la mundial, por lo que se pasaba muy mal y en la familia teníamos la cartilla de racionamiento para comprar el queso en barra, el tocino para cocinar, el cuarterón de azúcar, los cien gramos de cascarilla y el cuartillo de aceite. Por eso las familias que como la mía tenían muchos hijos hacían verdaderos milagros para salir adelante que hoy no sería capaz de repetir ningún economista.

Se pasaba mucha hambre, pero la moral que teníamos para jugar en la calle nos hacía olvidarnos de estos problemas, ya que hacíamos todo lo que se nos antojaba sin miedo a ningún peligro, ya que los pocos camiones, coches y carros que había solo pasaban de vez en cuando. Nuestros juegos los hacíamos en el campo de la Luna, la fábrica de jabón El Candado y el campo de la fábrica de gafas, así como en la explanada de la ferranchina de la señora Balbina, donde solíamos ir a vender la pitada que encontrábamos en nuestras incursiones por las obras.

Con los que obteníamos podíamos ir a jugar al futbolín y comprar alguna chuchería de aquellos años, como los pirulíes o el palo de algarroba que se les daba a los burros, las manzanas de caramelo, los barquillos y el granizado de hielo que nos hacían de diferentes colores.

Al igual que cientos de chavales de aquellos años, tuve que dejar de estudiar para ponerme a trabajar para ayudar a mi familia, por lo que empecé haciendo recados y ayudando a hacer rosquillas en la calle del Orzán. Al poco tiempo pasé a la imprenta Valladares, en el Cantón Pequeño, donde empecé a aprender el oficio de impresor, por lo que estuve allí más de una década, hasta que me fui a la mili. Al terminarla regresé a la imprenta y conocí a mi mujer, Merche Moscoso, que era dependienta en la sección de papelería y con quien tengo dos hijas, Noelia y Natalia, y una nieta, Lucía. Seguí en esta empresa hasta que me independicé al asociarme con varios amigos de la infancia para crear Gráficas RS, en la que desarrollé el resto de mi vida laboral.

Empecé a jugar al fútbol de pequeño en el equipo Miser y a los catorce años pasé al Victoria, donde me conocieron por Kubala y con el que participé en los campeonatos de liga gallegos, que ganamos en 1971. Tuve como compañeros de equipo a Quique Ventureira, Toñito Caridad, Cameselle, Pacuchín, Suso Rebollo, Lete, Tito Ramallo y como entrenador durante mucho tiempo a Miguel Soler. En algunos partidos sociales y benéficos que se organizaron en aquellos años tuve como compañeros a Amancio, Jaime Blanco, Manolete y Manín, de quienes guardo un grato recuerdo.

Al dejar esa competición, al igual que muchos compañeros me pasé al fútbol sala de veteranos, en el que durante muchos años estuve en el equipo del Español, donde tuve la suerte de ganar cuatro campeonatos de liga. Al retirarme fundé la peña deportivista Marte, en la que estuve de directivo muchos años y, tras dejar por completo la actividad futbolística, junto con mis hermanos y amigos puse en marcha la primera comparsa de Carnaval del barrio, llamada Monte Alto a Cien, en la que sigo participando y contribuyendo a que esta celebración no desaparezca, para lo que no solo actuamos en la ciudad, sino también en otras localidades.

Desde hace años los integrantes de la comparsa hacemos un esfuerzo social de colaboración con las personas mayores que viven en los diferentes centros de la tercera edad de la ciudad, para lo que acudimos a ellos para interpretar todas las canciones de nuestro repertorio, lo que siempre nos agradecen, por lo que nos anima a seguirles ofreciendo nuestra colaboración.

Ahora, ya jubilado, me reúno habitualmente con mi pandilla de toda la vida y otros amigos del barrio en la peña Amigos de Monte Alto, en la que hacemos varios encuentros a lo largo del año para recordar los viejos tiempos y que celebramos en la Cocina Económica para donarle la recaudación. Allí hablamos de todo lo que vivimos, sobre todo de las ilusiones que teníamos al ir a los viejos cines de barrio ya desaparecidos, como los Hércules, Monelos, Doré, Gaiteira, España y Finisterre. En ellos vivimos las aventuras de aquellas películas de indios, vaqueros y romanos, así como las de dibujos animados que proyectaban en las sesiones infantiles.