Un espacio para reconocerse, un espacio de felicidad. Así describía la directora de las bibliotecas municipales, Isabel Blanco, una red pública de centros de la que muy pocas ciudades españolas pueden presumir y que acaba de cumplir un cuarto de siglo. Presumir no solo de los libros que pueblan sus estanterías o de que 82.000 coruñeses estén enrolados en sus filas, sino de ser parte de la ciudad, de estar integrada de manera invisible en la vida de los vecinos, en el paisaje de cada barrio. Mucho más que edificios, mucho más que meras instalaciones cuyas puertas solo se atraviesan para un fin concreto. Y ahí radica el secreto de su vitalidad. El éxito tiene mucho que ver con cómo fueron concebidas: atención a los barrios, administración descentralizada, con el foco en los espacios públicos. Una espléndida filosofía de ciudad que no ha estado siempre presente en el camino de A Coruña hacia el siglo XXI. Pero las bibliotecas nacieron modernas, ya en aquel 1991 cuando abría el primer centro, en un barrio popular y con dificultades como la Sagrada Familia. Y esos lazos tan íntimos con su entorno son los que le dan futuro, superpoderes para afrontar los tiempos de cambio, fortaleza cuando las relaciones son cada vez más virtuales y los espacios físicos parecen innecesarios.