Nací y me crié en la zona de la llamada sartén de la Torre de Hércules, al final de la avenida de Navarra, donde estaba la casa de mi familia, que derribaron para construir el paseo marítimo. Era un pequeño ranchito en el que vivían también mis padres, Federico y María Teresa, y mis hermanos Manolo, Teresa, Ángeles y Aurora, así como mis abuelos, Manolo y Josefa, y que la gente reconocía desde lejos porque en un lateral tenía un gran anuncio de Freixenet.

Tanto mis abuelos como mis padres trabajaron siempre en el muelle pesquero hasta su jubilación, por lo que todos los hermanos seguimos sus pasos y trabajamos también en el sector del pescado, aunque Manolo y yo ya estamos jubilados. La zona donde estaba mi casa era como el fin del mundo cuando yo nací y recuerdo que hasta los años cincuenta mi familia tuvo que trabajar mucho para salir adelante porque había mucha necesidad y la pesca era un trabajo muy esclavo que no daba para fiestas.

Mi primer colegio fue el Vázquez, situado en la calle Colón, en el que estuve dos años y del que pasé al Pardiñas, en la plaza de España. Cinco años después fui al instituto Masculino. Mis primeros amigos fueron de la zona de la Torre, como Kubala, Pardillo, Nene, Regueiro, Blas, Eugenio, Paco y Jesús, además de compañeros de estudios como Pardiñas, Eulogio, Paco, Félix y Andrés.

Como no teníamos ni un patacón, nos buscábamos la vida para conseguir alguna moneda, como hacer recados a la gente mayor o recoger chatarra por el barrio para venderla en la ferranchina de la señora Balbina, quien también nos compraba trapos y huesos. Lo que ganábamos lo gastábamos en el futbolín o en comprar chucherías como pipas, chufas o palo de algarroba en la tienda del señor Tomás en la calle de la Torre, junto al cine Hércules, donde se vendían también alpiste, jilgueros, canarios gramiles, ratoneras y redes para atrapar pájaros.

Nosotros solíamos coger ranas en la charca del Arenal y en la de San Amaro, donde se hacían las merendiñas, que recuerdo muy bien porque ese era un día de fiesta en el que todas las familias se reunían, por lo que todos los amigos nos encontrábamos allí y, si el tiempo era bueno, nos bañábamos en la charca o en la playa, donde cogíamos erizos, minchas, lapas y algún percebe. Para ir al cine íbamos al Hércules o al Rosalía, que era el más barato del centro porque tenía localidades de general, que se agotaban siempre.

Teníamos toda la libertad para ir a cualquier fiesta, para lo que nos enganchábamos en el tranvía Siboney o los autocares A Nosa Terra y Cal Pita para ir a todos los bailes de las afueras. Cuando la pareja de la Guardia Civil nos veía, lo único que nos decía era que tuviéramos cuidado con la catenaria del tranvía. En mi opinión, la ciudad es ahora más moderna, pero le falta la salsa de antes, aunque quizás es porque los que en aquellos años éramos jóvenes y no vemos las cosas como entonces.

Cuando la familia necesitó nuestra ayuda, los hermanos nos pusimos a trabajar en el muelle. Yo empecé como subastador de pescados y mariscos, mientras que mi hermano lo hizo como transportista. Como ya de chaval me gustaba el fútbol, a los quince años entré en el Victoria, en el que estuve veinte años y tuve la suerte de tener como compañeros a Kubala, Carreras, los hermanos Cameselle, Tito, Quique, Lete, Suso Rebollo, Pacuchín y Juan. Conseguimos ser campeones gallegos y de liga de la primera división local, con Solé como entrenador.

Jugábamos por amor al arte y en unas condiciones malísimas, ya que no había agua caliente en las duchas y los golpes los curábamos con mejunje de caballo, no como los jugadores profesionales de ahora, a los que les duele un dedo y están una semana sin jugar. Al dejar el Victoria como jugador, pasé a los veteranos del Español de Santa Lucía, en el que gané muchos trofeos de liga y gallegos durante otros dieciocho años, por lo que, debido a mi trayectoria futbolística, me concedieron las medallas de oro del Victoria y del Español.

También fui fundador con mis amigos de Monte Alto de la peña deportivista Marte, en la que actualmente soy el presidente. Otro grupo de amigos creamos la comparsa Monte Alto a Cien, con la que visitamos las distintas instituciones de la ciudad que acogen a ancianos. Me casé con una coruñesa de la zona de Elviña llamada Mari Carmen, con quien tengo dos hijos llamados Rosana y Rubén, quienes nos dieron una nieta llamada Ana.