Las piezas patrimoniales que han llegado hasta nosotros son el resultado de un largo, complejo y azaroso proceso de selección que ha impedido su destrucción a través de los años. La inacción y el olvido han salvado monumentos. Pero, lo que ha preservado la mayor parte de nuestro patrimonio es el reconocimiento de su valor. Una vez asumida esta conciencia, y compartida colectivamente, se pueden tomar las medidas que impidan su destrucción. En esta selección intervienen un número elevadísimo de circunstancias que son consecuencia directa de los valores culturales de cada generación que ha logrado preservar el monumento para que la siguiente lo disfrute. El tiempo transcurrido, la edad del monumento, es un valor objetivo que todos comprendemos. La ausencia de Alteswert, o valor de antigüedad, teorizado por Aloïs Riegel a principios del siglo XX, supone una dificultad notable cuando se trata de preservar un edificio reciente. Es en esa juventud arquitectónica cuando la pieza patrimonial corre mayor peligro. Esta es la situación de todo nuestro patrimonio del siglo XX, que incluye la arquitectura ecléctica, el rico patrimonio industrial, toda la arquitectura moderna y, también, la contemporánea. Si queremos que las generaciones futuras disfruten de este patrimonio, será necesario preservarlos desde ya, y confiar la continuación de esta tarea a nuestros hijos. Proteger el patrimonio arquitectónico no significa conservar cascarones vacíos, sin uso, como si fueran los animales disecados de un museo de ciencias naturales del siglo XIX. La arquitectura alcanza su pleno sentido a través de la actividad que se desarrolla en su interior, debe estar viva, formar parte de la ciudad y adaptarse a las cambiantes circunstancias de la historia. Todo el obsoleto patrimonio arquitectónico industrial es susceptible de albergar nuevos y variados usos, pero debemos garantizar la preservación de sus valores arquitectónicos originales. Esta es una tarea difícil, pero tenemos la fortuna de contar con un número suficiente de profesionales, muy bien formados, para abordar esta tarea. Solo necesitamos conciencia ciudadana y voluntad política para emprender la tarea. Los medios económicos no son un obstáculo. No hay prisa, lo que no podamos abordar hoy puede esperar, las necesidades que deben ser satisfechas encontrarán, en la rehabilitación del patrimonio industrial, soluciones más económicas que la construcción de obras nuevas. En la ciudad de A Coruña poseemos un número significativo de piezas recientes, o lo que podemos considerar reciente en términos históricos, que necesitan que demos los primeros pasos efectivos para que puedan perdurar y engrosar las filas del patrimonio arquitectónico de la ciudad. Como ya hemos dicho, su juventud es un problema para establecer las medidas de protección, y debemos felicitarnos que el catálogo de piezas protegidas de la ciudad comience a incluirlas. Algunas de estas valiosas piezas ya han sido dañadas, por adiciones o transformación inadecuada de su entorno. Este es el caso de la Fábrica de Coca-Cola o del edificio de los Nuevos Juzgados. Las nuevas conexiones de la autopista del Atlántico y los volúmenes de ampliación, en el caso de la Coca-Cola, o la posición del nuevo edificio de la Audiencia Provincial, en el caso de los Juzgados, no han sido sensibles al valor arquitectónico de estos edificios y han comprometido su consideración como patrimonio. La estación de San Cristóbal con la intervención de la nueva intermodal o el Hospital de Oza, ante las futuras transformaciones del área, son nuevos retos para mantener e incrementar la excepcional calidad de este patrimonio reciente. Si queremos que la Domus o el colegio Santa María del Mar y muchas otras piezas puedan llegar a ser parte sustancial del patrimonio de la ciudad en el futuro, debemos tomar conciencia y medidas efectivas hoy para hacerlo posible. Porque, sin duda, el patrimonio es para el que lo trabaja.