Me crié en esta ciudad, a la que me trajo mi familia al poco de nacer junto con mi hermano gemelo José. Nos instalamos en el antiguo barrio de A Coiramia, que fue desde pequeños nuestra zona de juegos, ya que entonces había muchos descampados y terrenos de cultivo que llegaban hasta Vioño y Pénjamo, como el famoso Campo de la Peña, en el que muchos equipos de los barrios entrenaban, aunque era malísimo porque tenía muchísimas piedras.

Debido a que mi familia se cambió varias veces de casa dentro del mismo barrio, conocí a varias pandillas de esas calles, por lo que tanto mi infancia como mi juventud fueron fenomenales. Aunque en mis primeros años estuve muy unido a mi hermano José, después cada uno hizo sus amigos por separado, aunque nos encontrábamos en muchos sitios y nos juntábamos para jugar o recorrer las calles.

En aquellos años no había prisa por nada, por lo que nos pasábamos las horas jugando en la calle y solo había que estar pendiente de los gritos que nuestras madres nos daban desde las ventanas para avisarnos de que subiéramos a casa. Las chicas lo tenían más difícil, aunque también jugábamos con ellas, pero ellas tenían que estar en casa a las ocho, mientras que nosotros podíamos quedarnos hasta más tarde.

Los amigos con los que más salí fueron José Antonio, Ramón Camba, Emilio, Esperanza, Manola, Sefi, Aidita, Cristina y Cristóbal, con quienes sigo formando hoy un gran grupo de amigos. Los niños teníamos que esperar al fin de semana para que nos dieran la paga, si es que se podía, y lo primero que hacíamos era mirar qué películas echaban en los cines de barrio para decidir a cuál íbamos, que la mayor parte de las veces era el más barato y que además tuviera entradas de general, a las que llamábamos de las pulgas, ya que al sentarnos allí teníamos todas las posibilidades de salir con ellas.

Otras veces salíamos en pandilla a recorrer las zonas donde tiraban casas viejas para recoger algo de chatarra y cuando recogíamos algunos kilos, la llevábamos a la ferranchina que había junto a la sede del club Maravillas, donde si nos daban cuatro patacones o una peseta ya era mucho, que luego gastábamos entre todos jugando al futbolín.

En las vacaciones de verano nos íbamos a las playas de Lazareto o Riazor y nos pasábamos todo el día con un simple bocadillo que muchas veces repartíamos entre varios. Recuerdo que en Lazareto aprendí a nadar de casualidad, cuando mis amigos me dieron un empujón desde el Puntal y caí al agua, ya que empecé a bracear y salí de allí como pude. Más tarde, en la llamada peña del Cagallón, en Riazor, participé en competiciones de natación con mis amigos en la playa.

Cuando estudiaba el bachiller empecé a jugar al fútbol, primero en los equipos de Os Mallos y luego en el Maravillas, Unión Sportiva, Deportivo Ciudad, Vioño y Orzán. Tuve como entrenadores a Nano Longueira en el Orzán y a Dopico en el Deportivo Ciudad, mientras que en el Maravillas a Casteleiro. Con este último equipo jugué las copas de A Coruña y de As Mariñas, aunque no conseguimos clasificarnos. Tuve como compañeros a Nito, Bahamonde, Corzo, Mundito, Mantiñán, Manel, Pepín, Chito, Paco, Deza, Rumbo, Lojo, Viñas y Palleiro hijo, mientras que en el Vioño estuve con Pepe, Otero, Tonecho, Mosquera y Manel, quienes fueron grandes compañeros con los que mantengo una gran amistad.

Con el Vioño fui subcampeón de la liga de modestos de primera división, aunque tuve que decirle adiós al fútbol por una grave lesión. Al acabar los estudios me puse a trabajar en una empresa como chaval de los recados y lo dejé después de un año porque la mayoría tenía que hacerlos después de cerrar y llegaba a casa tardísimo. Al poco de dejarla comencé a trabajar en Saprogal como repartidor y vendedor de pollos y carne, por lo que recorría todas las tiendas y mercados regateando con todas las placeras.

Más tarde me reuní con mi hermano gemelo y trabajamos juntos en el ramo de la electricidad hasta que nos jubilamos. Con el tiempo me casé y tengo una hija llamada María de la que espero que me haga abuelo muy pronto.