Nací en la calle del Sol, donde viví con mis padres, Emiliano y Purificación, y mi hermano Emiliano hasta que me casé. Mi padre fue trabajador del Banco Hijos de Olimpio Pérez, tanto aquí como en Santiago, que luego se convertiría en el Banco de Crédito e Inversiones, en el que también estuvo destinado en Vigo. Más tarde pasó al Banco Pastor, en el que se jubiló, mientras que mi madre siempre se dedicó a las labores familiares.

Como a los demás niños de mi época, lo que más me gustaba era jugar en cualquier momento en la calle con mi pandilla, formada por Jorge, José Luis Traviesa, Fernando Souza, Álvaro Blanco, Fernando Mejuto, Moncho Arrojo y Serafín, con quienes jugaba en los alrededores de la Fábrica de Gas y en el antiguo vertedero, una cala del Orzán en la que en los años cincuenta quedó varada una ballena durante casi una semana, por lo que durante ese tiempo hubo un fuerte olor en la zona, aunque gracias al viento se extendía por buena parte de la ciudad. Recuerdo que cientos de personas se acercaban a verla moverse por el fuerte temporal que había aquellos días, y que cuando pasó, trabajadores de la factoría ballenera de Cee la trocearon durante dos días para sacarla de aquel lugar.

Entre los sitios donde más nos gustaba jugar estaba el Boquete de San Andrés, la calle que recorre un lateral de la capilla castrense que aprovechábamos para jugar al frontón. Como muchas calles estaban sin asfaltar, podíamos jugar en ellas a las bolas, el che y la bujaina, que solíamos comprar en el comercio El Arca de Noé. Por nuestro barrio solo pasaban carros de caballos, como los del Andaluz, el carro del Riojano y la vieja camioneta de las patatas de Castro. Cuando el Riojano llegaba para repartir por las casas los alimentos que llevaba en el carro, nos pedía que se lo cuidáramos, por lo que lo utilizábamos de portería para jugar al fútbol.

Mi primer colegio fue el de los Salesianos, en el que estuve varios años, y después fui al instituto Masculino para hacer el bachiller, y finalmente entré en la Escuela de Comercio, donde estudié Peritaje Mercantil. Para ir a los dos últimos centros utilizaba el tranvía número 3, que terminaba su recorrido al inicio de Peruleiro. Muchas veces iba enganchado por fuera con otros compañeros de estudios para ahorrarme el dinero del viaje y utilizarlo después para ir al cine o gastarlo en otras cosas.

A los doce años, y con otros amigos de la calle, fundé el club de baloncesto Domingo Sabio, ya que en el club Bosco nos dejaban balones y usar la pista de los Salesianos. Varios años después, y como yo era muy malo, decidí pasarme al fútbol y entré en el Imperátor, en el que ya jugaba mi hermano Emiliano y en el que yo estuve hasta la categoría de modestos. En este equipo me llamaban Epi porque me parecía a un jugador de la Real Sociedad llamado así, por lo que ese apodo futbolístico me quedó durante esa etapa, en la que el propio presidente del Monforte, entonces en Tercera División, vino a la ciudad para ficharme con un contrato de dos mil pesetas y la pensión completa allí, pero como ya estaba trabajando en el Banco Pastor rechacé la oferta. Había conseguido entrar gracias a un examen que hice en el antiguo edificio de Sindicatos y trabajé siempre en la oficina central del banco en los Cantones hasta mi jubilación.

En un baile del Casino, a los que solía acudir, conocí a mi mujer, Nieves, nacida en Cuba pero que vivía en la ciudad desde los diez años, con quien tuve a mis hijos, Paulo, Alberto y Loreto. Cuando se hicieron mayores empecé a jugar al fútbol sala en el equipo del trabajo, Pastor Serfin, del que me retiré a causa de la edad con un homenaje que me hicieron mis compañeros por ser el jugador más veterano en el que me dieron un balón firmado por todos y una Torre de Hércules dedicada.