Jenaro Castro tiene 63 años y entró en la Cocina Económica por primera vez hace casi cuatro, por "circunstancias de la vida". Acababa de salir de la cárcel, así que lo necesitaba todo, alguien que le escuchase, que le entendiese y, sobre todo, tener las manos ocupadas, hacer algo para que su vida no se detuviese. Así que, primero, atravesó las puertas de la institución como usuario y, ahora, lo hace todos los días, sin excepción, pero como voluntario.

"Vengo a las nueve de la mañana y hago los bocadillos que repartimos a partir de las 11.30 horas y después estoy hasta las dos y media o las tres, porque vienen los camiones con la comida y hay que dejarlo todo ordenado para el próximo día", comenta Jenaro Castro, que asegura que, si tiene que echar una mano en cualquier otra cosa, lo hace. Es su manera de devolver la ayuda recibida durante "casi un año" en un momento en el que no tenía ningún sitio más al que acudir. Cree que ya nunca más volverá a tener un empleo, así que, su tiempo se lo dedica a los que, como él, lo necesitaron todo.

"Con la gente que hay aquí trabajando no llega, así que, no puedo ser tan desagradecido como para no echar una mano cuando hace falta", resume Jenaro Castro, que solo conocía la Cocina Económica de "pasar por delante", para entonces, no pensaba que tendría que atravesar sus puertas a pedir ayuda. No se plantea cómo habría sido su vida si no hubiese topado con la institución, asegura que se toma la vida "como va viniendo".

En la sala de espera en la que los usuarios aguardan a que les atienda el trabajador social, Pablo Sánchez, una pareja joven con un bebé de una semana habla de que tiene que ir a la parroquia a recoger comida y del reparto de las tareas de casa, de las cosas que necesitan para el pequeño y de que ahora ya está durmiendo bien. Otro voluntario, como Jenaro, llega de la calle con una bolsa de la farmacia que, después, se llevarán dos usuarios y les recuerda que tienen que tomar las pastillas y que no se olviden de volver.

"No reciben ninguna compensación porque ahí entraríamos en la discusión de la mano de obra barata", explica Pablo Sánchez. La ayuda de uno de los voluntarios le permite dar a los usuarios "un servicio mejor", más ágil. "Hay días que se pasa toda la mañana yendo y viniendo a la farmacia o al cajero para cargar las tarjetas del autobús", describe Sánchez.

Dice que siempre intentan dar prioridad a los usuarios o a los que lo fueron a la hora de pedir voluntarios para hacer alguna actividad porque eso refuerza su concepción de pertenencia a un grupo, una necesidad tan importante como comer, dormir o vestirse para no pasar frío. "Es una cuestión ocupacional, es gente que, desgraciadamente, jamás volverá a trabajar, así que les damos la oportunidad de colaborar en esta gran familia que es la de la Cocina Económica", según explica Sánchez. Así que, siempre hay manos dispuestas a hacer algo, hay algunos voluntarios que, incluso, acompañan a otros usuarios a hacer gestiones o a ir al médico si ellos no pueden solos.

Jenaro dice que le gusta estar en la Cocina Económica porque le dan "confianza" y porque se siente valorado en el grupo.