Nací en Cambre, aunque toda mi vida transcurrió entre esta ciudad y ese municipio. Mi familia estaba formada por mis abuelos y por mis padres, Rogelio y María, así como mis hermanos María Eugenia y Ángel. Mis padres se dedicaron a trabajar el campo y mi madre vendía además los productos de sus huertas en la plaza de San Agustín. Mi padre también trabajó de jardinero municipal coruñés hasta su jubilación.

Mi infancia fue feliz, ya que pude jugar con total libertad tanto en la calle como en la naturaleza a todo lo que se nos ocurría. Mi primer colegio fue la escuela nacional, de la que tengo grandes recuerdos por los años que estuve en ella y porque además tuve de compañeros a bastantes amigos de la pandilla, con quienes hacía todas las trastadas que podía.

Cuando acompañaba a mi madre a San Agustín, me dejaba bajar a jugar hasta la plazuela de San Jorge, donde tenía algunos amigos. Si mi madre a alguna de sus clientas me daban una propina, me la gastaba en los futbolines, que me gustaban mucho.

Al terminar mis estudios primarios, empecé el bachiller en el instituto de Elviña, donde también hice buenos amigos. A los quince años empecé a jugar al fútbol en el equipo de Cambre, en el que estuve varios años, y a los diecisiete conocí a la que años después se convertiría en mi mujer, María Isabel, con quien tengo una hija llamada Laura.

Al terminar los estudios me puse a trabajar de jardinero ayudando a mi padre para ganar unas pesetillas y también como albañil con mi gran amigo Antonio. Más tarde hice la mili en Granada y al terminar mi padre me dijo que hiciera oposiciones a la Policía Local, que conseguí aprobar, por lo que hice toda mi vida laboral en ese cuerpo. Empecé como motorista, después estuve casi una década en el servicio de seguridad del Ayuntamiento y terminé en Atestados como oficial del turno de noche.

Tanto compañeros como superiores siempre se portaron muy bien conmigo y al final de mis 31 años de vida profesional recibí la medalla al Mérito Policial, galardón que se entrega por votación de los compañeros, por lo que les estoy muy agradecido por esta distinción, a la que se sumó este año la medalla al Mérito por mi antigüedad en la policía.

Hasta que conocí a mi mujer disfruté todo lo que pude con mis amigos en las fiestas que había tanto en la ciudad como en los alrededores, especialmente en Cambre, donde seguía viviendo mi familia. Cuando eran las fiestas de la ciudad, recorríamos las barracas de feria y las atracciones, y también íbamos al Kiosko Alfonso, donde ponían un palco de música y una cafetería al aire libre en la que veíamos tocar a orquestas conocidas.

También íbamos al muelle a ver las regatas de traineras y motoras, así como el yate de Franco y el ambiente que había en el puerto. Otro de nuestros pasatiempos era gastar zapatos en la calle Real, los Cantones y las calles de los vinos, por las que paseábamos sin parar de arriba para abajo mirando a las chicas. Otras veces recorríamos las cafeterías y bares más conocidos del centro, en las que había un gran ambiente y además conocíamos a muchos de los que pasaban por allí.

Uno de nuestros lugares favoritos era la sala de máquinas recreativas El Cerebro, situada frente al cine Coruña, donde jugábamos al futbolín o al billar hasta que nos cansábamos. A los veintisiete años me casé y empecé a practicar el deporte de los bolos, en el que estuve bastante años, hasta que decidí dedicarme a la horticultura, actividad en la que me inició mi padre. Con el esfuerzo familiar compré una pequeña finca en la que monté unos invernaderos en los que paso la mayor parte del tiempo cultivando toda clase de hortalizas para consumo propio y para repartirlas entre mis amigos y compañeros de trabajo.