Arquitectos preocupados por las personas más que por los objetos, más por el desarrollo humano que por el económico. Fue el objetivo principal de los profesores de la Escuela de Arquitectrua Plácido Lizancos y Evaristo Zas a la hora de plantear una práctica a sus alumnos de Análise Arquitectónica. El reto, cómo convertir el acuartelamiento de Atocha en instalaciones para albergar refugiados. Los trabajos, confeccionados por estudiantes locales y de intercambio de lugares como Polonia, Turquía y Corea, protagonizaron una exposición durante el verano.

El profesor Plácido Lizancos Mora, que coordinó el proyecto junto a Evaristo Zas Gómez, explica que la muestra era de carácter modesto y académico y que se realizó "con una inmensa humildad gráfica y de medios pues el objetivo era producir energía y no paneles". Ambos profesores, comenta Evaristo Zas, decidieron enfocar la materia en "temas sociales de la vivienda", como "el caso venezolano de la ocupación de la Torre David o el complejo residencial londinense de Robin Hood Gardens".

Pretenden evitar así que sus alumnos se dejen llevar por una tendencia prevalente en la arquitectura de anteponer los objetos a las personas, y que en su lugar reflexionen más sobre el individuo y sobre los procesos en función de su capacidad de transformación de los entornos y de la vida cotidiana de los habitantes que sobre los objetos arquitectónicos en sí.

El objetivo primario de este trabajo era que los alumnos aplicaran las técnicas y metodologías de análisis arquitectónico estudiadas, ya que es el tema que trata la asignatura. El profesor Lizancos destaca, además, la intención subyacente de "emitir un mensaje crítico con la docencia sin compromiso social", ya que considera que cualquier ámbito del conocimiento puede beneficiarse de este como instrumento pedagógico.

Como objetivos secundarios del proyecto destacan la idea de ayudar a los alumnos a entender la arquitectura como un recurso para el desarrollo humano más que el económico, así como el estudio de temas que sean relevantes para la comunidad, ya que Plácido Lizancos considera cuestiones como las okupaciones o la atención a las personas sin techo como elementos didácticos muy interesantes para futuros profesionales de la arquitectura.

Para llevar a cabo el estudio, en primer lugar los alumnos tuvieron que definir los conceptos clave que iban a necesitar, como es el caso de la palabra refugiado, que explicaron como "alguien que se ha visto forzado a huir de su país por persecución, guerra o violencia, con un miedo justificado a la persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad, opinión política o afiliación a un grupo social concreto y que no puede volver a su hogar".

A continuación, identificaron a las personas a atender, tratando de determinar sus características sociales, culturales, su edad, su género, su estado de salud o su capacitación laboral entre otras. En este sentido, los alumnos se basaron en los datos del contexto social actual, de forma que concluyeron, entre otras cosas, que entre los refugiados sirios predominan los niños, que la gran mayoría no hablan español o que un 68% de ellos son hombres frente a tan solo un 32% de mujeres.

El tercer paso fue el análisis de la ubicación en la ciudad, en este caso era el cuartel de Atocha, escogido por su organización espacial y por su posición en la ciudad, que permite la integración en ella y da fácil acceso a sus servicios. Los alumnos tuvieron que estudiar las diferentes posibilidades de ubicación y los efectos de estas sobre sus residentes, de forma que la disposición de ciertas estancias dependió de la luz solar o de la cantidad de ruido.

Por último, tuvieron que hacer su propuesta arquitectónica, definiendo los espacios necesarios según los tipos de usuarios previstos para facilitar el funcionamiento del cuartel como refugio. En ella definieron espacios pensados para la población concreta que acotaron en la segunda etapa, de manera que dentro del ocio crearon una sala específica de juegos para los niños y dentro de la educación una sección de enseñanza básica pensada también para los más pequeños, así como una sección de enseñanza de idiomas para todos los refugiados.

La estrategia de distribución se basó en la privacidad que iba a aportar cada espacio. El espacio más accesible desde la calle sería público, por lo que podrían entrar en él tanto los refugiados como la gente local, mientras que el primer piso será semi-público, es decir, solo para refugiados, y los dos últimos pisos serían privados y solo podrían acceder a ellos individuos o familias.

La planta baja se dedicaría al mercado y al patio. Habría una entrada directa al mercado, donde los refugiados podrían llevar a cabo sus actividades económicas, lo que les permitiría dedicarse a lo que se les dé bien o a trabajos tradicionales de sus culturas. De esta forma se les daría puestos de trabajo al tiempo que se les ayudaría a integrarse en la sociedad local, ya que los habitantes locales podrían acudir al mercado a comprar. Otra entrada llevaría al patio, que sería un espacio semi-público conectado al edificio dedicado a la educación, donde los refugiados recibirían ayuda para adaptarse a esta nueva sociedad.

El primer piso sería semi-público para servir de separación entre las plantas pública y privada. En él se encontrarían los espacios comunales, que estarían ubicados en la zona sur para aprovechar al máximo la luz solar. Los espacios dedicados a actividades religiosas habrían de ser colocados lejos de las zonas de tránsito como escaleras o pasillos principales para ser lo más silenciosos posible. Algunos de los servicios que habría en esta planta son lavandería, seguridad, limpieza, enfermería y psicología, información y zona de reunión.

En las plantas segunda y tercera estarían únicamente los pisos en los que habitarían las familias e individuos. Estos espacios, que son de carácter privado, contarían con camas, baño y cocina para asemejarse tanto como fuera posible a un hogar real y así facilitar la adaptación de los refugiados.

Evaristo Zas comenta que "la experiencia ha sido altamente positiva". Además, el profesor Lizancos matizó que el ejercicio había sido "productivo en la medida en que los futuros arquitectos y arquitectas, en un entorno académico, debatieron sobre cómo utilizar herramientas arquitectónicas para mejorar la vida de la gente, no la de los arquitectos".