As Xubias de Abaixo linda con la vía del tren y con la ría. Obdulia Piñeiro tiene 88 años y toma el fresco en el rellano de la casa en la que nació. Desde ahí ha visto cambiar el paisaje, cómo se construían viviendas que, a fuerza de hormigón, le cegaban la vista de los embarcaderos. Se acuerda Obdulia de cuando las traviesas de las vías del tren eran de madera y de aquellos ferrocarriles que pasaban acompañados de un gran estruendo que se fue apagando con el paso de los años.

"Ahora pasan los trenes de mercancías, nada más", dice su hija Rosa, con la puerta abierta de la casa, para escuchar el teléfono, por si se le da por sonar. Su vivienda, la número 56, tiene el tendal en la acera y los cables dibujan cicatrices en su fachada. Esta es una de las obras que, según las bases de la subvención municipal, podrían ser financiadas con fondos públicos.

En los recuerdos de Obdulia, As Xubias de Arriba tenía un lavadero y As Xubias de Abaixo, otro, y los marineros andaban de un lado para otro, identificando sus casas por el color de sus puertas. Esas puertas que mantienen todavía dos hojas, una arriba y otra abajo, para facilitar el trabajo de los marineros. En este trocito de A Coruña, porque es ciudad aunque no lo parezca, hay "durante el invierno" no más de treinta de habitantes.

"Contando las casas, después en el edificio Sol y Mar ya son más que todos nosotros juntos", dice Rosa, que no recuerda cuándo fue la última vez que pisó la plaza de María Pita. Para ellas, el centro está en Os Castros, porque es allí adonde van a hacer la compra y donde más a mano le quedan las tiendas.

Si se ponen a buscar defectos, Obdulia y Rosa le encuentran unos cuantos a As Xubias de Abaixo, por ejemplo, que el bus no las deja más cerca de casa, que el 2A "no da la vuelta en la rotonda de la farmacia" o que el tráfico que les rodea es tan intenso que tienen la certeza de que "un camión de Bomberos, a las doce de la mañana" no conseguiría llegar a su casa. Con todo eso, sin embargo, aseguran que no cambian la vida "de tranquilidad" que llevan en su barrio "por nada", ni siquiera, "por un piso en María Pita".

En As Xubias de Abaixo hay gatos que duermen en las escaleras de las casas, perros que ladran a los que caminan al otro lado del portal, y señoras que azuzan a las gallinas con un cojín desde la ventana de sus casas. Y un rincón, el del bar La Toquera, en el que la terraza casi se une con la ría.

Rosa, a la hora de hablar de reformas, indica que lo más importante, en el punto en el que está el barrio, es "que se mantengan" las casas marineras, que no se pierda su esencia de barrio de trabajadores. "Ahora, cada uno hace lo que le da la gana y unas casas no tienen nada que ver con las otras", explica Rosa, a la que le gustaría arreglar la fachada de la casa y ponerla de piedra. Por delante, pasa un hombre corriendo, que saluda a Obdulia, parece que lo hace a diario. "Ahora ya te conozco", le dice.