Para Alejandro ver partidos y pasar noches sin dormir se convirtieron en algo más que deporte. No buscaba la emoción de ver ganar a su equipo preferido ni que Nadal levantase un título después de un partido disputado. Los resultados, para él, nada tenían que ver ya con lo deportivo, sino con el dinero que había apostado, así que una goleada de su equipo preferido no significaba una alegría. Un mal golpe no significaba que se escapase un título, era sinónimo de sumirse en una deuda que afectaba a la economía familiar. Cuenta Alejandro que, al principio, nadie lo sabía, que no se dieron cuenta ni sus amigos ni sus familiares de qué estaba pasando por su cabeza y por sus manos, cuando se conectaba a internet.

Para cuando lo descubrieron, tenía poco más de veinte años y una deuda de "casi 50.000 euros". Asegura que su adicción "no duró ni un año" y que, entonces, su familia le llevó a pedir ayuda a la asociación Agalure, que trata problemas de ludopatía y otras adicciones sin sustancias.

Desde el pasado mes de febrero, cuando empezó con la terapia para dejar atrás este abuso del juego, su vida es diferente, tiene que asistir a las sesiones, cortar todo el acceso a tarjetas de crédito y pedir los tiques de todas las cosas que compra, "anotar en un diario" los gastos y llevar una contabilidad escrupulosa, en la que no haya fugas de euros que puedan acabar en el juego. Necesita también que alguien autorice las retiradas de dinero de su cuenta y también un cambio de mentalidad para no dejarse llevar por la tentación. Alejandro dice que empezó con las apuestas deportivas, como muchos otros, jugando con sus ahorros, un euro, dos o tres a resultados que le daban posibilidad de recuperar lo invertido, pero que, después, la escalada se hizo mayor.

"Primero apostaba un euro, si perdía apostaba dos para recuperar, después apostaba cuatro y ganaba veinte y apostaba los veinte, hasta que llegué a apostar mil, dos mil o cuatro mil euros. Cuando estás enganchado ya te da igual mil que dos mil", comenta Alejandro que, para entonces, no trabajaba y le cogía el dinero a sus padres para poder seguir apostando, buscando esa carambola que le hiciese rico y le permitiese devolver todos los créditos rápidos que había ido pidiendo para jugar una vez más y para ir zurciendo los descosidos de sus noches sin dormir.

Recuerda cómo le daban al momento, "en cinco minutos" los "quinientos euros que pedía", a él, que no tenía empleo ni salario, con la promesa de que les devolvería el dinero que había solicitado y unos 700 euros más en intereses y así, uno y otro y otro más, hasta que la bola y las mentiras se hicieron tan grandes que ya no se podían esconder en ningún lugar.

"Empecé apostando al fútbol y no me iba demasiado bien, después apostaba al baloncesto y al tenis, eché muchas noches sin dormir viendo los partidos para apostar. Había noches en las que ganaba mil euros y otras en las que perdía 6.000, 7.000 u 8.000, lo que me cuadraba", explica Alejandro. "Después juegas tan caliente para recuperar que ya no sabes ni a qué apuestas", resume.

"Mis padres se dieron cuenta de todo lo que estaba gastando y me dijeron que tenía un problema y yo también lo fui viendo, cuando vi todo lo que estaba perdiendo", asume Alejandro.

La lucha no se ha terminado todavía, le quedan horas de terapia y de trabajo para mantener a raya a la tentación de ver euros en vez de goles y tiros de tres que solo suben al marcador de la cancha.