Nací en la localidad de Preston, en Inglaterra, donde se habían trasladado mis padres a trabajar, aunque al poco tiempo de nacer me enviaron a esta ciudad, donde vivían mis abuelos con mi hermano José, al que habían dejado a su cuidado. Después de varios años trabajando en una fábrica de alfombras y ropa en Inglaterra, mi madre decidió volver para ocuparse de sus hijos y nos instalamos en lo que después sería la ronda de Outeiro, mientras mi padre aún trabajo varios años más en aquel país.

Al poco tiempo de llegar, mi madre cogió el traspaso de una zapatería que había abierto una emigrante brasileña que volvió a su país y que se llamaba Brasilia, que regentó durante muchos años y de la cual en la actualidad me encargó yo.

Al llegar a la ciudad conocí a los amigos con los que formé mi pandilla, como Bardanca, Río, Fraga, Juan Duro y Pablo, con quienes pasé unos años inolvidables en la zona de las Casas de Franco, Santa Margarita y el Agra do Orzán cuando aún estaba empezando a construirse. Mis estudios los hice en el colegio Raquel Camacho y luego en el instituto Masculino, donde cursé el bachiller superior.

Empecé a jugar al fútbol con trece años en el equipo del barrio de Os Mariñeiros con Nano, Charly, Moncada, Tati y Maxi y al año siguiente entré en el Imperátor gracias a mi compañero Torres. Un año más tarde fiché por el Ciudad Jardín y dos temporadas después lo dejé al comprender que no tenía porvenir en este deporte.

Fue entonces cuando decidí volcarme en la música, ya que ahorraba todo lo que podía para comprar discos, sobre todo en la tienda del centro llamada Bambuco, aunque también visitaba otras. Recuerdo que en aquellos años nos gustaba practicar hockey con palos que hacíamos con madera de cajas de fruta y que hacíamos partidos en la antigua explanada de Riazor. También alquilábamos bicicletas para hacer carreras y cuando nos apetecía íbamos de baile al Cassely.

Nuestra playa favorita era la de O Portiño, donde nos reuníamos con amigos del barrio de Os Mariñeiros para recoger marisco y comerlo allí mismo sin ningún problema. De pequeños íbamos a los cines Finisterre, Rex, Doré y Equitativa, pero de quinceañeros empezamos a bajar al centro para ir a las salas Avenida, Goya, Kiosko Alfonso y Coruña.

En las mañanas de los días festivos bajábamos a pasear por los Cantones y la calle Real para ver a las chavalas, que también hacían lo mismo. A veces también íbamos a a jugar a la sala de máquinas, futbolines y billares llamada El Cerebro, frente al cine Coruña, o a los arcones de Riazor, donde también había futbolines. También nos acercábamos a las pistas de O Ventorrillo para presenciar las carreras de coches y motos que se organizaban en aquel lugar cuando empezó a urbanizarse.

Un lugar en el que solíamos parar mucho el bar Richards, en Riazor, donde servían las famosas piscinas de cerveza, que tenían un litro de capacidad. También recuerdo los buenos bocadillos de calamares que nos comprábamos en el quiosco de Ourense y en el Copacabana, que sabían riquísimos, por lo que siempre había cola para comprarlos. Aunque preferíamos hacer deporte, algunas veces nos íbamos hasta las salas de fiestas A Revolta, en Carballo, y Pazos, en A Laracha, para lo que cogíamos el trole.

Al acabar los estudios empecé a ayudar a mi madre en su tienda de zapatillas y cuando mi padre volvió de Inglaterra, ambos decidieron que me quedara al frente del negocio. En la actualidad mis aficiones son salir con mi pareja, Tere, ir al cine y a festivales de música, así como reunirme con los amigos de mi primera pandilla, con quienes me reúno varias veces al año para recordar los viejos tiempos.