Ninguna de las obras incluidas en el programa de la Sinfónica nació originariamente para orquesta. Y si la transcripción puede ser considerada una traducción a otro lenguaje (en este caso, al orquestal), podría aplicársele el conocido proverbio italiano. Pero no todas las transcripciones son iguales ni resulta indiferente la mano que las practica. Así, la obra de Vaughan Williams, nacida en origen para violín y piano, se beneficia sin duda de que la adaptación para orquesta la realizó el propio compositor. Lo mismo sucede con la Habanera, de Saint-Saëns. Pero no en el caso del cuarteto de Weber (arreglo, Poppen) ni en el del Trío de Brahms (arreglo, Ben-Ari). Aun así, el paso de un cuarteto de arcos a la orquesta de cuerda es mucho más fácil que el de un Trío con piano a una orquesta sinfónica. Todo ello fue muy evidente en el acto musical del pasado viernes. Aclarado este extremo, hay que decir que Braunstein ha realizado un espléndido trabajo. Con su precioso violín Francesco Ruggieri, de 1679, ofreció sendas notables versiones de las piezas de Vaughan Williams y Saint-Saëns, muy bien secundado por la Sinfónica. A pesar de mis habituales suspicacias sobre los resultados obtenidos por violinistas-directores, todo funcionó a la perfección. Pero el gran momento del concierto fue la versión para orquesta de arcos del cuarteto de Webern; preciosa obra postromántica, que debería ser más frecuentada por cuartetos y orquestas de cámara. Director y agrupación rayaron a gran altura. Lamento decir que la transcripción del Trío de Brahms me pareció poco acertada; por momentos, banal, y en otros, confusa, por mala disposición de planos sonoros. ¡Una obra tan maravillosa!..