Una pantalla con el aviso de Chrome de "sin conexión" acapara la atención de todos en las nuevas oficinas de Google en San Francisco, inauguradas hace sólo dos semanas. Por lo demás, una impresionante planta en pleno distrito financiero diseñada para el networking, pero sin permiso para acceder a los otros pisos, donde se encuentran los trabajadores.

En nuestra visita al Gran Hermano recibimos una charla introducida por el vídeo Moonshot thinking, en la que nos animan a buscar soluciones radicales, "mejor crear algo nuevo que tratar de adaptar algo ya existente". Tras varios consejos cambiamos roles: Google nos busca a nosotros. Comienzan a explicarnos los distintos sistemas de almacenamiento para empresas que ofrecen y a informarnos acerca de sus aceleradoras. Por suerte llega pronto la ronda de preguntas y no terminamos contratando servicios sólo porque es Google el comercial que los ofrece.

En medio del acoso de manos levantadas para formular dudas, surge el tema de equivocarse en un proyecto. Aquí, nos dicen, "se celebra la cultura del fracaso", así que el tema se desvía a las Google Glasses. Reconocen que ha sido un mal proyecto, por lo que preguntamos por el proceso de selección para estas inversiones. Cuando presentas una idea te dan 48 horas para mostrar un prototipo. Con lo que tengas a tu disposición debes ser capaz de explicar su funcionamiento. No nos sorprende el resultado de la inversión cuando nos cuentan que aceptaron a quien propuso las Google Glasses con una mochila a modo de batería, unas gafas y un móvil pegados.

Nos traen unas pizzas para comer admirando a través de las cristaleras los rascacielos que nos rodean. Bromeando en ese mismo espacio, en las mesas de Google, no terminamos de asimilar que nosotros también estamos dentro de uno de esos rascacielos.

Bajamos de las alturas y nos vamos al Campus de Google en Silicon Valley. Para nuestra decepción, no podremos entrar a los edificios y tampoco se nos permite subirnos en las bicicletas con los colores corporativos que utilizan libremente los trabajadores para desplazarse. Nadie parece tomarme en serio cuando pregunto acerca de colarnos para tirarnos por los famosos toboganes entre plantas. Contagiada por el optimismo americano, me lo tomo como una señal de que volveré.

Entre una pista de volleyball, un dinosaurio a tamaño real y terracitas soleadas, paseamos por esta área de trabajo hasta encontrarnos con un empleado español en Google. Tratando de desmitificar la empresa, preguntamos por la trasparencia interna. Confiesa que en la cuantía de los sueldos hay mucho secretismo, pero que con tanto programador junto era inevitable: Han creado una red interna para filtrar los salarios.

La primera impresión de Facebook es en realidad inexistente. Porque no sabes que estás frente a Facebook, o dentro, hasta que te lo dicen y avisan de que no se pueden sacar fotos. No hay ningún cartel ni logotipo en el edificio.

Frente a mis compañeros y unos trabajadores españoles, presento el programa Yuzz, innecesariamente en inglés. Siempre podré decir que hice una presentación en Facebook, aunque lo cómodos que nos sentimos charlando con estos españoles nos hacía sentir como en cualquier networking de los que sabemos hacer en un bar.

Con las confianzas, comienza una ronda de preguntas a traición. Contra los que somos escépticos de Facebook, nos insisten en que se respetan unos valores y se exige humildad, bajo amenaza por parte de Mark Zuckerberg de romper con un bate los cristales del coche de quien haya traído un Ferrari al trabajo. Nos hablan especialmente de Internet.org, un proyecto para llevar Internet a todo el mundo, costeado por Facebook.

Se respira un aire de campus en el que no está bien visto cumplir todos los objetivos, porque eso significa que no has marcado tus objetivos lo bastante alto. Una vez a la semana se reúnen con Mark Zuckerberg y se plantean las cuestiones más votadas, que van desde "¿por qué llevas la misma camisa gris todos los días?" a controversias sobre adquisiciones de otras empresas. En cuando a nuestras dudas sobre, por ejemplo, el caso de la "autocompetencia" que se hacen con Instagram, responden "si no somos nosotros los que vamos a matar Facebook, lo van a matar otros".

Recorremos la impresionante mini ciudad en la que hay desde salas de videojuegos antiguos hasta un pequeño centro médico y múltiples bares. El precio de todo está marcado. No porque no sea gratis, sino para que la gente sepa realmente el coste de lo que hacen. Una idea que se podría trasmitir a los recursos públicos en España y que concuerda con la visión que les tratan de trasmitir mediante un adoctrinamiento en el que Facebook invierte mucho tiempo y recursos.

Nos vamos queriendo quedarnos. La empresa que más ha variado, para bien, respecto a nuestras expectativas. Tal vez de Google esperábamos mucho, y tal vez Facebook no sea tan mala como nos han contado.