Unas manitas que dibujan una casa con un jardín y flores, los padres que muestran a sus niños como un trofeo, el que ganan a diario por seguir juntos, el abrazo congelado de un reencuentro, los plásticos que, durante un tiempo que no saben cuánto durará, serán sus casas, las sonrisas de sus rescatadores, las pancartas que portan los que están de su lado, los que prefieren no entender de leyes y normas cuando se trata de salvar a familias enteras de una muerte segura... Esas y muchas más son algunas de las instantáneas que los voluntarios y los refugiados capturaron para siempre en unas cámaras desechables que Daniel Yonte y Beatriz Sanz les entregaron en marzo en Grecia y que, a cuentagotas, van volviendo a ellos.

Eran cinco, de dos ya han revelado su contenido, otras dos las tiene una voluntaria todavía en Grecia y, la quinta está perdida, con todos los recuerdos que atesoraba su carrete para la iniciativa Desechables. Cuenta Daniel Yonte que hay cosas de su primera experiencia como voluntario que no se le olvidarán nunca. No se le borrarán de la memoria los niños que decían su nombre cuando jugaba con ellos y les daba comida para un viaje que, por muy largo que les hubiese parecido hasta el momento, no era más que el comienzo, tampoco la soledad y el "nada que hacer salvo esperar" de los que consiguen pasar a la orilla europea, ni los momentos de alegría y agradecimiento ni la desconfianza de quien se ha visto engañado y estafado más veces de las que hubiese imaginado. No se le olvida tampoco una pregunta que le hizo un recién llegado que se tiró al monte en cuanto pisó tierra firme en una noche oscura: "¿Sois del Gobierno y venís a ayudarnos?", le dijo, al ver que los voluntarios abrían los maleteros de sus coches y les daban mantas térmicas y comida. Entonces, le tuvo que decir que no, que no era la Unión Europea la que les había enviado, que solo eran voluntarios. "Pensaba que cuánto les quedaba por saber, que las instituciones les estaban dando la espalda", recuerda. Y no se le olvida tampoco que, desde la isla de Lesbos veía Turquía. "Estás allí y sabes que, por cinco euros, hay un ferri que te lleva. La gente con papeles hace ese recorrido por cinco euros y estas personas se dejan 1.800, 1.900 euros cada una por pasar en una barca enana. Es muy duro", resume.