Nací en Elviña, pero cuando tenía cinco años mi madre, María, se trasladó conmigo a la calle Sinforiano López, donde pasé el resto de mi infancia y mi juventud hasta que me casé y me fui a vivir a Sofía Casanova con mi mujer, María del Pilar, con quien tengo una hija que también se llama así, aunque ahora vivimos en la avenida de Arteixo.

Mi primer colegio fue el de don Antonio, en el Castro de Elviña, y al cambiarnos de casa pasé al colegio Labaca, donde estuve hasta los catorce años, edad a la que tuve que dejar los estudios para ayudar a mi madre, ya que en aquellos años era muy difícil salir adelante.

Empecé a trabajar de aprendiz en los almacenes Vila Vila, de paquetería y confección, situados en Linares Rivas, donde estuve diez años. Luego pasé al almacén Diéguez, dedicado al mismo sector, en el que trabajé otros trece años, y después decidí independizarme y trabajar por mi cuenta como representante de ropa de varias fábricas españolas, por lo que recorrí Galicia y otras zonas del país hasta mi jubilación.

Al llegar a Sinforiano López hice los que serían los amigos de mi pandilla, con quienes trataba de jugar en la calle a todo lo que podía . A los diez años comencé a jugar en el equipo del Unión Sportiva, en el que permanecí hasta los diecinueve años, en que pasé al Fabril durante una temporada y luego al Deportivo Aficionados. Más tarde tuve que dejar el fútbol debido a que mi trabajo no me permitía seguir jugando, ya que tenía que pasar muchos días fuera de la ciudad.

Para no abandonar la afición, comencé a practicar el fútbol sala cuando el trabajo me lo permitía, por lo que estuve jugando durante quince años en el equipo Academia Juan Flórez, en la que me llegaron a hacer un homenaje por ser su máximo goleador. A esto sumé los partidos que organizábamos anualmente con los veteranos de los equipos de fútbol de Vioño y Santa Margarita. Entre los compañeros que tuve de aquellos años destaco a nacho, Chirri, Panchuelo, Boca, Gantes, Miguel Torres, Ahueca, Cholis, Corral, Ayúcar, Nardo, Juan Diz, Muñiz y Mitolis.

Cuando llegaba el verano, nuestras playas preferidas eran las de Lazareto y las Cañas, a las que íbamos muchas veces enganchados en los vagones de los trenes de mercancías que hacían maniobras en las vías de A Gaiteira, donde aprovechábamos para subirnos. Salvo excepciones, creo que todos los niños de mi época lo pasamos bien a pesar de las muchas dificultades que había para vivir después de pasar la guerra española y la mundial, que hicieron que muchos españoles tuvieran que emigrar al extranjero.

Aunque empecé a trabajar muy joven, esto no me impidió divertirme con mis amigos los días festivos, en los que iba a todas las fiestas y bailes que podía. Pero también me gustaba ir al cine y disfrutar de aquellas películas de indios y vaqueros, romanos o piratas que tanto agradaban a los chavales de mi generación, ya que nos hacían olvidarnos de muchas cosas.

Jugábamos en la calle a la pelota, las bolas, la bujaina, las chapas y hasta a la cuerda, la mariola y el brilé con las niñas, ya que no teníamos ningún problema para hacerlo. Pero ellas estaban más vigiladas que nosotros, ya que tenían que llegar a diario casa más temprano que nosotros, así como cuando íbamos al cine y cuando años más tarde empezamos a ir a los bailes y fiestas.

También me acuerdo de cuando cambiábamos los tebeos y las novelas en las librerías, como la de Aurorita y la de El Caballito Blanco, que estaban abiertas todos los días porque sabían que tanto los niños como las niñas íbamos a ir a cambiar novelas de Marcial Lafuente Estefanía o de Corín Tellado, así como los tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín y Hazañas Bélicas.

Cuando empecé a trabajar bajaba al centro con las diferentes pandillas a las que pertenecí a pasear por los Cantones, la calle Real y las de los vinos, donde parábamos en las cafeterías y bares más conocidos, que siempre estaban abarrotados, por lo que nos encontrábamos con chavales de otras pandillas y jugadores de los equipos de fútbol modesto.