Resulta curioso escuchar la melodía de Eu sou favela, una canción de Noca da Portela y Sergio Mosca, realizada en 1994 y que, posteriormente, fue versionada por Seu Jorge. La letra es una descripción del diario de a bordo de la vida que transcurre no morro; donde conviven la pobreza, las madres solteras adolescentes, el perdedor, el policía? y gente que simplemente no conoce otro lugar.

Desde el confort de occidente, e incluso desde el "sentir de salón" de la clase blanca y con posibles de un país como Brasil, cualquiera abandera la idea y la melodía. La corea en los estadios entre miles de personas y siente que está nuevamente en el camino utópico que restablece el progreso social. Realmente, la bossa nova es capaz de seducir a quien se proponga, por muy grave que sea el asunto.

El problema empieza cuando nos aproximamos a nuestra realidad, la que convive en la puerta de al lado. Cuando eso sucede, la idea abstracta de la lucha social se convierte en una especie de sarpullido sobre el cual no paramos de arrastrar las uñas, hasta que levantamos la piel. Ocho años después del primer realojo del extinto poblado de Penamoa, creo que esa es la idea que subyace cuando tratamos de entender la entonces, supuesta amenaza, que se extendió por la ciudad de A Coruña: el Ayuntamiento desmantelaba Penamoa, y cualquiera podría tener en la puerta de al lado a una familia de etnia gitana.

En teoría, hace ocho años (y hace también otra realidad económica y social) todos estábamos de acuerdo en que aquel lugar que se extendía en tres núcleos diferenciados por una ladera de algo más de medio kilómetro era nuestro "patio trasero". Un poblado que se había creado de forma transitoria en el año 1984; debido al crecimiento urbanístico que presionaba la ciudad (al igual que sucedía en otros lugares del país) y creaba una nueva zona comercial, como era el barrio de Cuatro Caminos de A Coruña. Su traslado obedecía a una forma ancestral de entender los servicios sociales municipales. La llegada del consumo de drogas de forma voraz hizo el resto.

Si bien la canción de Noca da Portela dignificó e hizo audaz la vida de la favela, aquí no fueron suficientes los versos del poeta Lois Pereiro en Poesía última de amor y enfermedad cuando escribía: "El olor ácido de sudor a sueño ferroviario a las cinco / de la mañana / con sabañones de dos noches y dos días en mono de metal / Pena Moa Carqueixo o Bao en váteres de dolor entre / ferruxe / e mil niveis de medo estratos de arrepíos sobre / a miseria / que nos cravou no tempo un por un / caídos nunha guerra de arquitectos sobre a fatiga / dos materiais. En pocas ocasiones, como en los versos de Lois Pereiro, se ha definido mejor lo que supuso de forma emocional el crecimiento de aquellos barrios marginales, de principios de los años noventa en los que la miseria, la marginalidad y lo que nadie quería mostrar de sus familias (unido al rechazo social de la etnia gitana) desembocó en un problema ciudadano de primer orden.

Ocho años después de que el magnífico equipo de chabolismo del Ayuntamiento de A Coruña realizase el primer realojo de vecinos de Penamoa, en un barrio coruñés, en vivienda normalizada; todavía recuerdo el silencio, la discreción y el miedo con el que lo efectuamos. Mientras cientos de vecinos se manifestaban contra una hipótesis que nunca ocurrió, dos familias de etnia gitana, sin otro pecado que haber vivido en una colina donde la vida les llevó a la ignominia y al rechazo sistemático, bajaban las persianas de sus casas, hablaban casi por señas para que ningún vecino sospechase de su procedencia y esperaban con docilidad a que la educadora social del equipo municipal de erradicación de chabolismo llegase diariamente a dar instrucciones de comportamiento.

El plan de realojo de los vecinos de Penamoa duró tres años más. Cien familias que una tras otra, creyéndolo o con suspicacias, fueron viendo como todos abandonaban "el barrio". Cien historias diferentes donde la ilegalidad jugaba a las cartas con las fantasías infantiles de quienes nunca habían conocido otra forma de vida.

Miles de páginas de documentación, expedientes de derribo de construcciones de lo más imaginativas, itinerarios de inclusión, programas de empleo, trabajo con ONG humildes y comprometidas, talleres para niños en los que construimos barrios de porexpan, participación en la Bienal de Venecia de Arquitectura de 2008, con los pabellones construidos por Santiago Cirugeda, para trabajar habilidades de normalización; gestión cultural como herramienta de normalización y un abismo de terror cada vez que una familia se realojaba.

Hay muchísimos nombres, muchísimos. El primero es el del entonces alcalde de A Coruña, Javier Losada. Él entendió que aquella encomienda tan cruel como apasionante que puso en mis manos, la haríamos hasta el final; porque la vida ofrece muy pocas ocasiones para completar los proyectos en los que estamos obligados a creer. Los restantes nombres, al margen de aquel magnífico equipo al que nunca podré agradecer todo lo que entregaron, fueron los más de seiscientos habitantes del poblado que hoy, y con los problemas que todos tenemos y que son inexcusables, hablan de Penamoa como un recuerdo.