-¿Un voluntario primero y cooperante después, como usted, nace o se hace?

-No sabría decirlo. Hay que tener una predisposición clara, pero también tiene que haber algo innato dentro que te indique que quieres dedicar la vida a echar una mano y ayudar. Luego se convierte en un trabajo de lo más normal. No vivimos en la selva, no vivimos fatal, pero si uno quiere estar cerca de su familia o con comodidades permanentes, este no es su trabajo.

-¿En más de veinte años de trayectoria qué es lo le resulta más gratificante de su trabajo?

-Ver que las cosas cambian y mejoran, las acciones y las actitudes y aptitudes. Hace veinte años la cantidad de heridos y fallecidos por desastres naturales no la hay afortunadamente a día de hoy. Todo lo que la Cruz Roja y otras organizaciones hemos trabajado ha empezado a dar sus frutos.

-¿Y lo más frustrante?

-Que lo que hacemos no es suficiente. Seguimos con situaciones muy complicadas. Colombia ha mejorado en los últimos veinte años, pero sus índices de desnutrición infantil, de mortalidad infantil, delincuencia y violación de derechos humanos no son lógicos en el año 2017.

-Conoce bien Centroamérica y América del Sur, ha estado en países conflictivos y con necesidades. ¿Se trabaja de forma similar en cada uno o con acciones y programas diferenciados?

-Trabajamos con la base de un marco estratégico en cooperación internacional bien enfocado en cada zona del planeta, pero según las necesidades que nos marca la sociedad del país con el que trabajamos en concreto. Y ese plan se obtiene con documentos, informes de desarrollo humano, de inclusión social, de familias... donde se detectan necesidades para que la Cruz Roja, como auxiliar de los poderes públicos, apoye en el desarrollo del país. Lo hacemos a través de tres bloques: cooperación y desarrollo, cooperación técnica y ayuda humanitaria. Esta está vinculada a sectores de ayuda urgente relacionada con proyectos que pasan por el agua potable, el respaldo agropecuario, desarrollo económico de pequeños negocios, proyectos de contaminación por armas, gestión de riesgos o preparación para desastres naturales.

-¿En qué programas inciden más en Colombia ahora?

-En un programa de contaminación por armas. Colombia es uno de los países del mundo con mayor número de minas antipersonas. Hay material explosivo lanzado que no ha explotado en caminos, campos y veredas que la población, los niños, manipulan sin darse cuenta. Nos podemos encontrar con muñecas con una granada dentro que explota y deja a un niño sin manos. Los programas que hacemos son de prevención, pero también de apoyo a la población cuando ocurre la tragedia: acompañamiento, desplazamiento al hospital, tratamento físico y psicológico a la víctima y a su familia, recuperación, gestión de indemnización? todo eso puede durar muchos meses, más de un año.

-¿Cómo aprecian la población y las administraciones de estos países el trabajo de Cruz Roja?

-Con mucho reconocimiento. Pero tiene que quedar claro que la Cruz Roja no puede sustituir a las administraciones públicas, y en estos países muchas veces nos ven como sustitutos. Somos auxiliares que complementamos la labor a la que los poderes públicos no pueden llegar. No es sostenible que en el exterior cubramos una necesidad total, aunque hay veces que lo hacemos por principios y humanidad. Esa línea es muy fina y muchas veces se traspasa: he visto a alcaldes que se frotan las manos cuando llegamos con un proyecto pensando que se ahorran un dinero del que se va a encargar Cruz Roja.

-¿Hay algo que debamos envidiar de a quienes ustedes ayudan aquellos que no lo estamos pasando tan mal?

-Los españoles siempre hemos sido un país muy solidario, principalmente con América, muy por encima de otros países europeos. Pero deberíamos de hacer más másteres en principios y valores. La crisis ha hecho mella y me duele ver a la gente pasándolo mal aquí, pero en América me duele ver a la gente sin lo más básico. Es un tema muy delicado en estos tiempos y no quiero pensar que no se valora el sufrimiento que hay aquí, que también es grande.

-En todos estos años, ¿qué sentimientos se imponen: rabia, miedo, orgullo, satisfacción...?

-A mí me pasa por la cabeza qué podría hacer para decirle a los donantes que nos den más dinero. Muchas veces tenemos el sentimiento de culpa porque tenemos el dinero que nos da un donante, pero es que no hay más y necesitamos más porque solo llegamos a una parte de la población. "Es que no hay más", te dicen ellos. Así que dedicamos el doble de nuestro tiempo en atención y emergencias.

-Tras presenciar tanto sufrimiento, ¿es usted de los que piensan que quienes no sufrimos tanto nos quejamos demasiado?

-No quiero hacer demagogia de esto porque en Galicia y en España también hay situaciones muy complicadas, pero sin que se me malinterprete: cuando decimos que hace falta, es que hace mucha falta. Aquí en España no puedes vivir en una casa de bambú, pero nosotros haciendo casas de bambú en donde estamos, con unas estructuras metálicas sencillas y un coste de 2.000 o 3.000 euros, le arreglamos la vida a muchísimas familias.

-Qué ha cambiado en el Javier Manteiga que quiso ser cooperante en 1996 y el que ahora encabeza la delegación de Cruz Roja en Colombia?

-Sigo siendo el mismo y mis valores no han cambiado. He aprendido más pero tengo que aprender aún más. Me he hecho más humano y más sensible, pero al mismo tiempo, con tantas estadísticas que pasan por tus manos, tienes que actuar con cierta frialdad. Yo diría que ahora miro a la gente con otros ojos, miro más lo que hay detrás de una mirada y veo los problemas de género, o de fracaso escolar. Busco por qué se contagiaron de VIH o zika. Busco la raíz de los problemas.