Nací en la localidad madrileña de Chamartín de la Rosa, donde estaba destinado mi padre como militar, aunque a los pocos meses mis padres, Manuel y Nieves, que eran coruñeses, regresaron a la ciudad. Nos instalamos en la Ciudad Vieja, donde vivimos con mi hermana Nenuca, con quien crecí y compartí mi infancia y juventud, por lo que además de mi hermana es mi mejor amiga.

Mis primeras amigas fueron las vecinitas del patio de mi casa, con quienes jugaba a las cocinitas y éramos felices con lo poco que teníamos, ya que tener juguetes era todo un lujo. Mi pandilla de la infancia estaba formada por amigos del barrio, como Piri, Rosita, Marisa, Amparito, Marité, Maribel y Marichelo. Jugábamos a todo lo que podíamos hasta las ocho de la tarde, momento en que nuestras madres nos llamaban a grito pelado para que volviéramos a casa.

Jugábamos en las plazuelas de las Bárbaras y Santo Domingo, así como en el jardín de San Carlos, donde íbamos acompañadas de nuestras madres. Cuando jugábamos a la mariola o a la cuerda cantábamos canciones como la Rueda, rueda, o el Cocherito leré, aunque también teníamos el juego de las tabas, que era muy entretenido. Otros de nuestros juegos eran el escondite, el brilé y el de las películas, con el que tratábamos de adivinar el título de una con las preguntas que hacíamos.

Además, organizábamos tómbolas y pequeñas tiendas a las puertas de nuestras casas con una simple caja de cartón como mostrador sobre el que poníamos nuestros pequeños tesoros, como tebeos, cuentos, postalillas y cacharritos que intercambiábamos con otras amigas. Los portales de nuestras casas servían para todo, sobre todo en invierno cuando llovía, ya que muchas veces hicimos funciones de teatro y baile en la que los amigos y conocidos de nuestra calle eran los invitados, aunque algunas veces cobrábamos por las actuaciones y nos gastábamos el dinero en golosinas. Cuando hice la primera comunión fui a todas las procesiones de ese año, a las que acudí toda contenta con mi vestido de comunión, sobre todo para jugar después con mis amigas.

Cuando llegamos a los quince años empezamos a ir a los bailes, aunque siempre con una carabina para vigilarnos. Casi siempre íbamos al Circo de Artesanos en carnavales y al Finisterre en los bailes de la prensa. En uno de ellos conocí a mi novio, que después fue mi marido, Jorge Badás, con quien tengo dos hijos, Jorge y Alfonso, quienes ya nos dieron cinco nietos: Alejandra, Patricia, Santiago, Lucía y Brais.

Mi primer colegio fue el de doña Gloria, ubicado en la calle Zapatería, en el que estuve hasta los once años. Luego pasé al de las señoritas Moscoso -Antonia, Asunción, Fina y Maruja-, de quienes guardo un gran recuerdo porque eran muy buenas maestras y con ellas pude ampliar mis conocimientos y prepararme para el ingreso en la Escuela de Comercio. Allí estudié con buenísimos profesores, como Dopico, Montells, Chicha Lens o doña Rosa, aunque de quien guardo un mayor recuerdo es de Durán Lera, que era un pedazo de pan como persona y profesor.

Los compañeros y compañeras de la Escuela de Comercio que están en mi recuerdo son Amparito, Mari Carmen, Yeli, Figueroa, Vega, María Teresa, Casal, María, Ana, Pili, Isasi, Legido y Mariño, con quienes lo pasé muy bien durante esos años de estudio, que fueron de un compañerismo total.

Lo que más ilusión me hacía entonces era ser maestra de escuela, pero por circunstancias de la vida tuve que hacer una carrera que no era la mía, aunque a los treinta y dos años decidí dar clases por mi cuenta, ya que lo deseaba mucho, y me dediqué a esta actividad durante más de treinta años hasta que me jubilé, por lo que calculo que habré dado clase a unos quinientos niños durante ese tiempo.