"Estimados clientes, amigos y allegados, proveedores, acreedores, y tal y tal. Tenemos el hondo pesar de comunicarles que el domingo, 5 de febrero, nos despedimos de todos ustedes y de LA CUNQUIÑA. Muchísimas gracias por la confianza, trato y compañía recibidos en todos estos años. Eduardo y Pedro". Este texto de gratitud y despedida acompaña el dibujo de los dos socios de A Cunquiña, Pedro Naya y Eduardo Poisa, con las maletas preparadas ante su local y el finiquito bajo el brazo. A la caricatura de Eduardo le resbala una lágrima. No es la única que se ha derramado desde que hace unos días el dibujo en la pared recibe a los clientes según entran en la taberna.

La clientela está triste en A Cunquiña. La plaza del Humor no está de humor. Los de siempre saludan, ríen, conversan y consumen como de costumbre, una pena les aflige porque al local al que no faltan ningún día le queda una semana de actividad con Eduardo y Pedro al frente, sirviendo tacitas de ribeiro y un trozo un queso del país, sardinas o un pedazo de empanada. La propietaria del bajo pretende mantener el local abierto con una nueva gerencia.

El cansancio de la edad y el final del contrato cierran un ciclo en A Cunquiña, la tasca por la que en estos 16 años también han pasado un buen rato asiduos como el exalcalde Carlos Negreira, la conselleira Beatriz Mato y su familia, el escritor Manuel Rivas, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, cuando viene a la ciudad, y dibujantes, artistas, fotógrafos, músicos y locutores locales.

"Lo especial de este lugar es la clientela. Su fidelidad total, la amistad que crea y permanece, las fiestas y excursiones hechas", subraya Naya. "Aquí hay gente que no falta ni un solo día, que viene por la mañana, por la tarde y por la noche. Si uno falta más de dos días seguidos, nos preocupamos", dice Poisa, que en marzo cumplirá 70 años, mientras pasea entre los clientes con las cuncas llenas en las manos.

Un cálido clima de familiaridad cubre los bien aprovechados 33 metros cuadrados de A Cunquiña: tres mesas, dos barriles y una barra que cruzan, como si estuvieran en su casa, aquellos clientes que tienen sus propias tazas personalizadas para dejarlas o recogerlas. Cuadros y fotos de la ciudad y del Deportivo cuelgan de las paredes; y recortes, dibujos, platos, figuras, banderas, imanes y otros souvenirs que los clientes regalan a Eduardo y Pedro cuando vuelven de sus viajes adornan el lugar. Piensan devolvérselos a todos, estos días cuando vengan a tomar la última cunquiña.