Ha hecho muy bien José Luís Represas al ofrecer dos bises. A lo largo de los años, se había consolidado uno a modo de tradición: que la Banda ofreciese un bis, y solo uno, al final de cada concierto. Pero cuando el público da muestras de tanta inteligencia y entusiasmo es un acierto ampliar el programa cuantas veces sean necesarias. Y cuantas veces sea ello posible. Fue primero No llores por mi, Argentina (de Evita), de Lloyd Webber; y después la repetición de esa samba maravillosa, el Tico-tico, de Zequinha Abreu, que estuvo acompañado por las palmas rítmicas de un público que sabe llevar el compás a la perfección. A lo largo de un programa tan amplio y complejo, hubo de todo; pero el público demostró con su actitud que los dos arreglos del japonés, Naohiro Iwai, Tico-tico y Desafinado (una excepcional bossa nova, de Jobim), fueron los mejores; y su calidad hizo que la Banda alcanzase con estas dos obras un nivel extraordinario. No tuvo tanta suerte la parte argentina porque, en general, los arreglos no fueron afortunados. En todo caso, hay que repetir lo antes posible un concierto tan estupendo como éste. En Brasil hay una música maravillosa (las cuatro piezas de Orfeo negro, por ejemplo, algunas sambas, como Brasil, o el admirable baiao, Delicado). Y, en Argentina, además del tango y el vals criollo, existe una enorme cantidad de géneros populares de extraordinaria belleza. Sobre todo, en las versiones de los grandes: Cafrune, Mercedes Sosa, Don Ataualpa y Falú.