Nací en As Bouzas de San Pedro de Visma, donde me crié hasta los ocho años con mi familia, formada por mis padres, Fernando y Carmen, y mi hermana Begoña. Mi padre se dedicaba a la construcción y mi madre al servicio doméstico como asistenta. Mi primer colegio fue el público de Visma, que estaba situado en la aldea de Río, donde estudié hasta los doce años, edad a la que empecé a trabajar ayudando a una amiga de mi madre llamada Pepita, que tenía un puesto de pan en la plaza de Lugo, en el que yo repartía el pan por todas las casas de la zona.

Mientras trabajaba también estudiaba por nocturno en la Compañía de María, colegio del que tengo un gran recuerdo, al igual que de la profesora Nenita Ricoy. Allí me preparé para auxiliar administrativa, cuyo título me convalidaron en la Escuela del Trabajo. Tuve que sacrificarme mucho para hacer esos estudios, a cuyo término trabajé en la librería Villar, situada en la calle de San Andrés y cuyo propietario era Ramiro Villar.

Allí permanecí un año al tiempo que seguí estudiando en una academia y luego pasé a Muebles Salcines, en la calle de la Torre, cuyo dueño, José Salcines, tenía la delegación de Colchones Pikolín. Al cabo de tres años de trabajar allí lo dejé porque me quedé embarazada, ya que a los dieciocho años me casé con Jaime, un vecino del Portazgo cuyos padres tenían allí una panadería y a quien conocí de niña cuando repartía el pan.

Tras nacer nuestra hija Diana, entre los dos abrimos una panadería en la avenida del General Sanjurjo que por desgracia tuvimos que dejar a los pocos años al fallecer mi marido en un accidente de tráfico. Un tiempo después me dediqué al sector del libro como comercial junto con mi hermana Begoña trabajando para las empresas Salvat y Plaza y Janés, tras lo que terminé mi vida laboral como auxiliar cuidadora en el centro asistencial Santiago Apóstol.

En esa última etapa laboral inicié mi actividad sindical, ya que me gustaba luchar por las reivindicaciones de los trabajadores de ese centro, por lo que ingresé en Comisiones Obreras, aunque luego fundé con otros compañeros un grupo independiente en el que estuve tres años, hasta que finalmente entré en la CIG, en la que sigo actualmente.

Durante mi infancia en Visma mis amigas fueron Anita y Belén, que vivían al lado de mi casa, por lo que jugaba con ellas en la conocida como Peña de Visma, una gran roca en la que jugábamos al tule, el escondite y todo lo que se nos ocurría. Como me gustaba mucho jugar, siempre me castigaban por no atender otras cosas y no ayudar a mi madre, por lo que llevé muchos escobazos, la verdad que todos ellos merecidos.

En el colegio, donde nos hacían cantar el Cara al sol al entrar y al salir, nos solían llevar los días de fiesta de excursión a algún lugar de la ciudad y recuerdo que un día nos llevaron al Parque de Artillería, al que fuimos todas con el mandilón azul con rayas blancas y que nos acompañaba la profesora Antonia, la directora Delia y la enfermera Pilar. Cuando cumplí doce años nos trasladamos a vivir a las recién inauguradas Casas de Franco y me cambié al colegio Santa Margarita, donde hice nuevas amigas y cambió mi vida, ya que poco después mi padre se marchó a trabajar a Francia y Alemania durante bastantes años. Al regresar trabajó en la construcción en las empresas Fontenla, Urbilar y Condega.

Cuando venía del extranjero en navidades, mi hermana y yo teníamos la suerte de que nos trajera juguetes de esos países, por lo que pude tener muñecas que hablaban y movían los brazos, cuando aquí eran de trapo o de porcelana y se rompían enseguida, por lo que éramos la envidia de nuestras amigas.

Uno de los recuerdos que tengo de mi juventud es que fui una de las primeras mujeres coruñesas que participó como copiloto en el Rally Ciudad de La Coruña cuando empezó a disputarse, aunque también lo hice ya como piloto en los rallies de las Rías Baixas de Vigo y en las subidas a Betanzos con un Simca 1000 preparado, en las que los premios a los ganadores se entregaban en la discoteca Rey Brigo.