Sonia es un nombre inventado, no es el que la identifica cada día y, desde luego, no es tampoco el que le pusieron sus padres. Sonia nació en Argelia, sabiéndose una niña, pero con los genitales de un hombre. Lleva cinco meses en A Coruña y, antes, pasó por Alicante, donde estuvo solo un mes y donde recibió la ayuda de la Cruz Roja que, finalmente, la derivó a Galicia. "Tenía claro que, si no me iba, si no escapaba de mi país, me iba a morir", dice en francés salpicando algunas palabras ya en castellano, está segura de que, si no eran sus manos, serían las de otros las que, finalmente, la conducirían a la muerte. Y es que, en Argelia, la religión mayoritaria es "la musulmana y no se acepta nada LGTB", explica, con las manos entrelazadas sobre la falda roja.

Dice que hay un antes y un después en su vida desde que pisó por primera vez suelo español y pudo vestirse como una mujer, peinarse y maquillarse sin que nadie la insultase, dejar atrás el nombre de hombre que todavía figura en sus documentos, pero que ya solo utiliza en el ámbito burocrático. Fue entonces cuando, con todas las dificultades, empezó a vivir sin sentir que todo lo que la rodea es una amenaza, dejando atrás ese estigma de ser "una cosa rara".

Explica Sonia que su vida no ha sido fácil y que no ha encontrado la comprensión de nadie de su familia, ni padres ni hermanos ni tíos, tampoco de la psicóloga que la atendió tras ser derivada por un médico que acreditaba que, a pesar de sus genitales, su carga de "hormonas femeninas" era mayor que la de la mayoría de los hombres y que era, excepto por algunos detalles, una mujer. "Son musulmanes y no lo entienden, pero no me importa, yo sé que Dios sabe que no lo hago a propósito, que soy así, que esta es mi naturaleza y no una perversión", comenta.

Habla de violencia, de que le pegaban en casa, de sus intentos de suicido, de que intentaron cambiarla a golpes, de que solo las niñas de su clase conseguían darle algo de apoyo, de su amor por los libros y por la cultura y, en su discurso, deja entrever también agresiones peores, delitos de los que fue víctima pero que nunca contó en Argelia porque "es peor" hablar que callar e intentar olvidar. "En mi país, es peor ser transexual que agresor", sentencia. Pero ni los golpes ni los más duros episodios de violencia consiguieron arredrarla de su determinación de salir adelante y de hacerlo como la mujer que hay en su interior y, espera, pronto también en el espejo.

Asegura que, con toda su familia en contra, a los trece o catorce años, empezó a vestirse de niña y que siguió haciéndolo en el instituto y en la Universidad, donde cursó cuatro años de Medicina y que le permitieron obtener un visado de estudiante para venir a en España en barco. Ni siquiera el cambio de ambiente consiguió facilitar su anonimato y es que, según explica Sonia, en Argelia, los profesores pasan lista cada día, por lo que no le fue posible ocultar su nombre masculino a sus compañeros. Para ella, ingresar en la facultad no supuso un gran cambio, no le dio la oportunidad de conocer a personas en su misma situación, así que siguió sintiéndose sola, una vez más, aunque no tanto como antes, ya que entró en contacto con compañeros homosexuales, que estaban "mal vistos, pero no tanto" como ella.

La relación con su familia es nula desde hace seis meses le da pena no poder hablar con su madre, porque cree que, aun cuando no llegaba a entender su situación, sí que era "simpática" con ella. Sonia quiere ahora contar su experiencia porque cree que puede ayudar a que otras personas en su misma situación, transexuales árabes, reúnan las fuerzas que les faltan para salir adelante.

En su cabeza no entran ya los planes de acabar la carrera de Medicina, la vida en Argelia se quedó allí, del otro lado de la frontera, con todo el dolor, ahora, asegura que sus sueños son otros. Los primeros son muy sencillos: aprender bien el idioma, legalizar completamente su situación en España, ya que todavía no ha completado todos los trámites y, después, empezar con el tratamiento para poder consolidar su cambio de sexo. "Quiero vivir una vida normal, como la de una chica normal, como la tuya", resume, con los ojos llenos de esperanza. Y, en el futuro, se ve trabajando, quizá en el mundo de la moda o en el teatro y echando una mano en una asociación como Alas Coruña, que la está ayudando, con el objetivo claro de dar voz a los que no la tienen, a los que reciben palos y castigos por intentar vivir una vida que no se corresponde con el sexo que les tocó al nacer.