La sevillana, Macarena Martínez, y la italiana, Barbara Panzarella, forman un dúo de violín y piano que, además, de la frescura y el apasionamiento que se derivan de su juventud, han planteado un precioso programa, muy variado y de alta exigencia. En la primera parte, mejor Elgar que Mozart. Es bien sabido que este último parece sencillo cuando en realidad es muy difícil de lograr el perfecto fraseo y el sonido preciso y límpido que requiere. Elgar, apasionado y lírico, conviene mucho más a las cualidades de las dos artistas. A pesar de la diferencia de lenguaje que se trasluce en las sonatas de Mozart y de Ravel, las características de transparencia y elegancia son comunes y muy evidentes, sobre todo en el primer tiempo de la magnífica sonata del francés. Blues aparte, Gershwin asoma la oreja en más de una ocasión. (Ravel le había dicho en París: "¿Para que quiere ser un Ravel de segunda, cuando puede ser un Gershwin de primera?"). Quizá lo mejor del recital haya estado en los fragmentos de música sudamericana: el célebre (y, al parecer, inevitable) Adiós, Nonino, de Piazzolla; el precioso (e inverosímil) canto del cisne negro, en la recreación de Villalobos; y esa maravilla brasileira de Milhaud, un compositor que al fin parece cada vez más revalorizado y frecuentado. Con la preciosa Salut d'amour, opus 12, de Elgar, las dos artistas correspondieron a las manifestaciones aprobatorias del público.