Nací en la calle Vera, donde viví hasta los doce años con mis padres, Andrés y Ermitas, y mis hermanos Andrés, Luisa, Pacucha y Fina. Mi padre fue agente comercial y mi madre modista, aunque también tuvo una mercería en nuestro mismo edificio, en cuya parte trasera había un gran patio que daba a los ranchitos de Vera.

Mis padres acabaron traspasando la mercería y nos mudamos a la calle Eusebio da Guarda, en el barrio de Os Mallos, donde pasé el resto de mi juventud. Mi madre empezó allí a tejer prendas de vestir con una de las primeras máquinas tejedoras portátiles que luego utilizaron muchas modistas. Ella trabajó para amigos y vecinos, e incluso para muchos pequeños comercios del barrio.

Mis primeros amigos en la calle Vera fueron los hermanos Juan y Javier Díez Area, cuyo padre tenía un taller mecánico en la calle de la Paz con el que luego continuó el segundo de sus hijos. También estaban Ramón Díaz Amado, Sergio López -que a los once años comenzó a trabajar en la barbería de nuestra calle-, así como Jorge y Pepe. En Eusebio da Guarda destaco entre mis amigos a Manolo y Rafa, Mauricio Pardellas, los hermanos Briones, Eduardo Medín y su hermana Marisol, Gato Nartallo, Lito, Veloso, Pedro Vieites, Muiños, Manolo Santos y sus hermanas Puri y Celia, Ignacio Bilbao y su hermana Mirenchu, así como los hermanos Medín, cuya chatarrería estaba junto al club Maravillas.

Recuerdo que en aquella chatarrería nos sacaron muchas veces de apuros al comprarnos el metal que les llevábamos, ya que nos daba para jugar al futbolín o comprar tebeos y novelas en la librería El Caballito Blanco, cuyo dueño era todo un personaje por su mal carácter, ya que no tragaba a los chavales y no nos dejaba entrar si no era para comprar. En cambio, daba gusto ir a la librería de Aurorita en la calle Vizcaya, ya que tanto ella como su hermana, que la ayudaba muchas veces, nos trataban muy bien.

Solíamos ir a jugar a la zona de la antigua fábrica de zapatos de Ángel Senra y a una enorme finca rodeada por un gran muro que saltábamos para coger allí dentro fruta y maíz. Allí luego se construyeron los nuevos juzgados y una gran manzana de casas. A partir de 1955 empezaron a asfaltar las calles del barrio, lo que permitió que pudiéramos hacer carreras con carritos de madera a los que poníamos ruedas de acero de rodamientos que comprábamos a los hermanos Medín. Con ellos bajábamos por las calles San Luis, Noia y Vizcaya, aunque había que tener cuidado para nos rozarse las manos y las piernas, así como para no estropear los pantalones y el calzado, que entonces valían mucho.

La Granja Agrícola también fue un lugar para nuestros juegos, ya que muchas pandillas y familias íbamos allí para pasar el día porque se pasaba muy bien y había unos fuentes con un agua buenísima, al igual que la que estaba en los Estrapallos, junto a la casa de labranza de Lucía y la antigua fábrica de gaseosas de San Cristóbal. Aún hoy se puede ver parte de ella antes de la entrada del túnel de la avenida de Salgado Torres.

Las fiestas de San Luis, Vizcaya, Gurugú y Santa Margarita fueron muy importantes para nosotros, ya que nos divertíamos mucho en ellas y todos los vecinos invitaban a sus familiares a acudir, por lo que en esos días se comía lo que no se hacía en todo el año. Hacíamos además caminatas hasta el primer y el segundo túnel del ferrocarril, el último de los cuales estaba a la altura de lo que hoy es Pocomaco, aunque entonces era todo monte.

También íbamos a la antigua estación del Norte tanto para jugar como para coger los restos de las algarrobas que transportaban los trenes de mercancías después de que los descargasen, ya que el palo de algarroba se vendía en las tiendas y carritos de chucherías que había frente a los cines de barrio. En verano iba con la pandilla o con Manolo y Rafa Gantes, compañeros míos en la Escuela del Trabajo, a las playas de Lazareto, las Cañas, As Xubias y Santa Cristina, a las que llegábamos andando o enganchados al tranvía o al tren de mercancías. En la Dársena alquilábamos lanchas de remos para recorrer el puerto hasta el castillo de San Antón.

A mis padres un día les tocó una bicicleta en la Tómbola de Caridad, por lo que disfruté muchísimo con ella, ya que era un lujo tener una. También recuerdo cuando bajábamos a A Palloza para intentar ver las actuaciones de variedades del famoso Teatro Argentino, a las que solo podían entrar los adultos.

Hice los estudios de Electricidad y empecé a trabajar en la delegación de Marconi Española, que estaba en Juan Flórez, donde estuve varios años, aunque luego decidía instalarme por mi cuenta y abrí un pequeño taller de reparación. Años más tarde hice una oposición y entré como profesor en el Politécnico de Ferrol, donde permanecí unos años, hasta que me trasladé al instituto de Arteixo, en el que llegué a ser director y finalmente me jubilé.

Me casé y tuve una hija, Beatriz, así como una nieta, Andrea. En la actualidad practico el senderismo con antiguos compañeros del instituto, canto en Follas Novas y Bergondo y formo parte de una peña deportivista.