Nací en la calle San Juan, donde viví con mis padres, Tito y Lita, hasta los once años. Él trabajaba en la empresa Unasa, situada en Primo de Rivera y dedicada a la reparación de sonares y radares para barcos, mientras que mi madre lo hizo hasta que se casó en la farmacia de Solórzano, tras lo que se dedicó a las labores de la casa. Mi padre fue un gran nadador del equipo del Club del Mar en los años cuarenta, por lo que ganó muchos premios en una muy difícil para entrenar, ya que el trabajo apenas le dejaba tiempo para hacerlo.

Mi primer colegio fue La Grande Obra de Atocha, en el que estuve hasta que nos mudamos a la calle de San Andrés y pasé al instituto Eusebio da Guarda, donde hice el bachiller. Al terminarlo, estudié Administración en la academia Nebrija, lo que permitió aprobar unas oposiciones para entrar en el Banco Central, aunque como tardaron en llamarme, empecé a trabajar en una asesoría jurídica y luego como montador cuando empezó a construirse la refinería.

Después trabajé como repartidor en Supermercados Claudio y más tarde en la constructora Trabe como peón y listero de obra. Luego aprobé el examen para socorrista de la piscina municipal de Riazor, por lo que me convertí en funcionario municipal, labor que compaginé con la de masajista del Deportivo y posteriormente de la Deporclínica.

En la piscina tuve como director al que fue concejal, Eduardo Blanco, y como compañeros a Nini, Luis Chamorro, Agustín Pereira, Adrián y Alvarito. Pude hacerme socorrista debido a que en mi juventud practiqué varios deportes en el Club del Mar, como la halterofilia y el boxeo, este último con entrenadores como Carlos Anaya, Paco Beltrán y Pantera Rodríguez. Así, cuando fui a la mili llegué a ser campeón de natación y de tiro, por lo que representé a Galicia en los Campeonatos Militares de España que se celebraron en Toledo. También jugué al balonmano en el equipo del Nebrija y en la actualidad sigo practicando boxeo con mis amigos de aquellos años, así como la natación y la halterofilia, en la que fui campeón gallego de peso medio con el Club del Mar, donde tuve como entrenador a Eulogio, quien también fue campeón gallego en su juventud.

Mis primeros amigos fueron todos de la calle San Juan, como Suso, Lalo, José Luis, José Juan, los dos Quiques, Mari Pili, María Asunción y Carmele, mientras que en la Grande Obra mis compañeros fueron Eduardo Blanco, Tato, Suárez, Jacinto, Fernando Caridad y Nión. El Campo de la Leña era nuestro campo de fútbol, mientras que cualquier pared nos servía para jugar al frontón. Cuando teníamos ganas de una aventura, nos íbamos hasta Os Pelamios a investigar las cuevas que aparecían con la marea baja y a hacer pequeñas escaladas por las rocas, donde había muchas ratas a las que perseguíamos.

Los domingos, con la paga que nos daban, íbamos a la función de las cuatro al cine Hércules, donde siempre pedíamos las entradas de gallinero por ser las más baratas y donde lo pasábamos mejor, sobre todo si se marchaba la corriente o la película era maña, ya que entonces armábamos bronca y nos metíamos con Chousa, el acomodador. También alquilábamos bicicletas al lado de este cine para recorrer las calles de la ciudad y, si nos sobraba algo de calderilla, la gastábamos en la tienda de Tomás, en la calle de la Torre, donde comprábamos palo de algarroba, pipas o manzanas bañadas en caramelo.

Otra de nuestras diversiones era hacer competiciones con los carritos de madera por la cuesta de la Atocha Baja hasta la plaza de Millán Astray, mientras que cuando llegaba el verano íbamos a San Amaro, el Orzán y Matadero.

Al terminar la mili hice nuevos amigos en el Club del Mar, como Jorge, Ángel, Cholo, Rilo y Carlos, e incluso conocí allí a la que después fue mi mujer, Pilar, con quien tengo un hijo llamado Javier.