Tras el éxito de su relato biográfico El balcón en invierno, Luis Landero regresa a la ficción con La vida negociable. La novela, que el autor presentará esta tarde a las 20.00 horas en la Fundación Luis Seoane como parte del ciclo Somos lo que leemos, narra la historia de Hugo Bayo, un muchacho de quince años enfrentado a una de las elecciones más complejas de todas: la decisión entre el bien y el mal.

- ¿Cómo ha sido la vuelta a la ficción?

-Ha sido la cosa más natural del mundo. Uno se pone a trabajar y a veces se encuentra con un libro autobiográfico o con otra cosa. Eso es lo bueno que tiene escribir, que descubres caminos insólitos que no estaban en el guión. Yo sabía que después de El balcón en invierno regresaría a la ficción con más fuerza y más convicción que nunca.

- Se ha definido La vida negociable de muchas maneras: novela tragicómica, cervantina e incluso cruel, ¿cómo la define?

-Es una historia, sin más. La historia de un chico que a los quince años tiene una experiencia traumática y pierde de pronto la inocencia. Se encuentra en posesión de un secreto que lo hace poderoso, y tiene que elegir entre el bien y el mal, entre ser un canalla o ser un buen hijo.

- ¿El paso a la madurez es tan terrible como lo pinta?

-Sí, es terrible. A mí me pasó algo parecido, porque cuando tenía 16 años murió mi padre. Yo me llevaba fatal con él, porque lo había decepcionado. Él era campesino y quería que yo estudiara y tuviera una carrera, pero yo era un macarra. Su muerte supuso para mí una de esas experiencias tremendas, pasé de la más tierna adolescencia a convertirme casi en un hombre. En el caso de Hugo, de pronto la vida lo pone a prueba y él no está a la altura de las circunstancias. No tiene el carácter suficiente para resistirse a la atracción del mal, que te permite conseguir dinero o tener poder sobre otra persona. El mal está lleno de ventajas, en este país bien que lo sabemos.

- Los personajes a los que daña tienen una cosa en común, la debilidad, justo lo que Hugo calificaba como su mayor defecto.

-Hugo es una persona que aprovecha las debilidades de los demás, y en esto reside a veces la definición de la crueldad. Es un hombre que sobre todo no sabe amar a los demás, y en la medida en la que no sabe amarlos, es cruel con ellos. Y quizá también es cruel consigo mismo, porque los que no aman empiezan por no amarse. También ocurre que vive en un mundo en el que el que más o el que menos está corrompido y, ante ese paisaje social, él se pregunta por qué no puede ser también un canalla.

- Están corrompidos y son débiles, salvo Leo, con la que establece una relación que termina siendo uno de los grandes misterios de la trama, ¿se quieren realmente?

-No lo sé. Soy un artesano de la narración, creo a los personajes y me interesa más su físico que su psicología. Los lanzo al torbellino de la vida y dejo que ellos actúen. Creo que a veces ellos se quieren, o que por lo menos se necesitan, porque son dos pobres náufragos que han coincidido en la misma balsa. Tienen poca capacidad para amar, y la poca que tienen la han proyectado el uno sobre el otro.

- También encuentran difícil ser constantes. Hugo persigue muchos sueños, pero no durante mucho tiempo.

-Él se dedica sencillamente a soñar, de hecho pensé en la posibilidad de titular la novela Historia de un hombre inútil. Pero no consigue nunca ese sueño, que es lo que nos suele ocurrir. En el hombre suele haber una insatisfacción crónica. Le pedimos a la vida más de lo que nos puede dar, y eso nos condena a la infelicidad.

- Y a negociar.

-Sí, al alza o a la baja. Normalmente cuando somos jóvenes negociamos al alza, tenemos una enorme capacidad para soñar, y luego cuando ya nos convertimos en personas comunes, y nuestros sueños no se han cumplido, negociamos a la baja. Por muy bajo que caiga, el hombre sigue adelante, porque está condenado a sobrevivir.

- Habla de que los sueños no se suelen cumplir, ¿por qué tanto fracaso?

-La constancia es el único camino para conseguir algo en la vida. Para sacar de dentro de ti las cualidades que tienes escondidas hace falta trabajo, recogimiento y lentitud. Pero ahora la "cultura del esfuerzo" se ha desterrado. La lentitud está reñida con la vida actual, la soledad está reñida con los valores que están de moda, y todo es rapidez y ruido.

- Hugo forma ya parte de la lista de personas a los que ha dado vida. Dice que todas tienen un aire familiar, que son soñadores que fracasan. ¿Por qué le gustan esa clase de personajes?

-Es uno de mis demonios literarios. Quizá me viene de mi padre, un hombre que tenía un talento natural pero que no había estudiado y no había podido desarrollarlo. En él había la amargura de no haber tenido la oportunidad de realizarse. Eso yo lo viví desde pequeño, porque la presencia de mi padre era asfixiante a veces. Cargó sobre mí una enorme responsabilidad: la tarea de redimirlo a él, y de ser alguien en la vida, porque en mi familia todos eran campesinos y apenas habían ido a la escuela. Creo que de ahí me vienen esos personajes grises y comunes, que tienen poca formación cultural pero una enorme capacidad para soñar y aspiran a grandes cosas. Mendigos que sueñan con ser reyes.

- ¿Seguirán siendo una constante en sus obras futuras?

-No lo sé. Ahora la idea que tengo es la de escribir una especie de ensayo narrativo donde hablar de la vida, la literatura y donde voy a estar un poco a salvo de mis fantasmas; pero cuando vuelva a las novelas, supongo que serán variantes. Porque yo lo que escribo son variantes de tres o cuatro temas que tengo. Siempre estoy moliendo el mismo grano.