José Francisco Rodríguez es uno de los mejores modelistas de España y nunca ha vendido un barco, dice que los hace para él, aunque eso no significa que los tenga todos guardados bajo llave y al alcance de la mano. Todo lo contrario, los tiene repartidos por toda la geografía gallega, en museos del mar, en museos militares y, quizá pasadas las Navidades, también en un hotel, en cabo Silleiro.

Su afición viene de muy atrás, de cuando era tan solo un niño y no tiene muy claro por qué empezó a construir maquetas, lo que sí sabe es que nunca dejó de replicar barcos. Con "doce o trece años, en la escuela de Maestría" ya ganó un premio con una de sus embarcaciones, después vinieron las jornadas interminables de trabajo como maestro industrial electricista y, más tarde, los horarios a turnos, que le permitieron robarle unas horas al reloj para dedicárselas a la construcción de naves. Y, hace diecisiete años, por fin, la jubilación. Desde entonces, abre el taller en el Agra do Orzán sobre las ocho y media de la mañana y lo cierra a las nueve de la noche. "Hago un descanso de tres cuartos de hora para comer", dice con la jornada recién estrenada, ataviado con su bata azul y con el lápiz rojo de carpintero en el bolsillo.

Y, sobre el mostrador, el último de sus barcos, Comercio, Comercio un buque que hacía la ruta A Coruña-Ferrol entre 1901 y 1914, "en 45 minutos", cuando todavía los barcos llevaban ruedas. "Ahora el tren tarda una hora y cuarenta minutos y dicen que está bien así", dice entre risas José Francisco.

Recuerda que aprendió a hacer las maquetas solo, de manera intuitiva, aunque durante los primeros años compraba en la librería La Poesía, en San Andrés, una revista argentina, que se llamaba Hobby en cuyas páginas encontraba "un poco de todo", manualidades, bricolaje, juegos de magia y, en cada una de ellas, unas piezas para montar.

Más tarde se compró el libro Modelismo naval, de Luis Segal, el mismo que hacía la revista Hobby. Corría el año 1955. Dice José Francisco que, con ese libro, ya se adentró más en el mundo del modelismo y que, con práctica y constancia, fue acometiendo nuevos proyectos, pero para esas nuevas embarcaciones necesitaba, además, maquinaria de la que, hasta el momento carecía. Así que, empezó a construir sus propias lijadoras con aspiradora incorporada, también una regruesadora (una máquina que iguala el grosor de las piezas de madera) con dos motores de lavadora y a sacarle partido a las piezas de una bicicleta estática abandonada en un contenedor. Entre pinturas, pinceles y sierras de calar fue creciendo la afición de José Francisco, que guarda entre sus tesoros de madera un barco que hizo hace 45 años.

Ahora que ya lleva 17 años jubilado, José Francisco puede dedicarle todo el día a sus creaciones, a conseguir planos y fotos y a descubrir los secretos de las embarcaciones. Dice que la suya es una afición "muy solitaria", por minuciosa y porque, a excepción de unos certámenes o de salidas para jugar con sus naves de radiocontrol, no se encuentran para intercambiar experiencias. Ahora, al tener un bajo dedicado solo a su afición, puede compartir las mañanas y las tardes con otras personas. "Él dice que somos sus amigos, pero somos sus alumnos", alega uno de los que, el pasado miércoles antes de las doce, se afanaba en cortar y lijar maderas muy pequeñas para su barco.

A José Francisco le gusta construir barcos lo más fieles posible a la realidad y que esas obras sean suyas aunque sean otros los que las observen a diario, porque... ¿Cómo se le pone precio a 1.500 horas de trabajo medido al milímetro? Cuando termina una de las embarcaciones, asegura que se pasa "una semana en blanco", pensando y preparando cuál será su próxima aventura.

Algunas veces, es él el que elige, otras, le llegan encargos, como el de la embarcación que llevó a la expedición Balmis con la vacuna de la viruela a América, que estuvo en la Domus. O el Adelaida, Adelaidaque se hundió y del que solo se salvó su capitán. También el barco de Julio Verne, el de las 20.000 leguas de viaje submarino y, próximamente, el Thalassa, "Thalassa, un yate que se hundió la noche de fin de año de 1948, en cabo Silleiro". Cuenta José Francisco que, de las 17 personas noruegas que viajaban en el barco solo se salvó una niña que, para entonces, tenía diez años. Con el paso del tiempo, frente a la costa se levantó un hotel en el que ella se hospedó y contó su historia.

"El hotel se llama Talaso y el barco Thalassa, le pidieron a la asociación de modelismo si le hacía una reproducción y, finalmente, yo les dije que la hacía para mí, pero que se la dejaba en depósito, porque soy el único que tiene un taller para hacer barcos tan grandes, porque lo quieren de dos metros", explica.

Asegura que, la parte con la que más disfruta es con la de "armar el casco", con la de ir ensamblando las piezas cortadas y dando forma al barco, porque es ahí donde se ve "crecer" la embarcación, después ya vienen los detalles, hacer los arpones para un ballenero, poner miles de tapones de madera en cubierta, pintar las sillas y las mesas de los camarotes y hasta amarrar los cabos. Tiene una "marca de la casa", unas peanas de madera estarcida, con el nombre del barco elegido y una chapa que le reconoce como su autor.

Por sus obras puede adivinarse la historia marítima mundial, tiene un drakkar al que le puso un motor y que lleva "remando 19 años", un compañero que nunca se cansa, de esos que le vigilan cuando las horas se hacen eternas pegando finísimos listones de madera, también lanchas y hasta dos Barbies que pedalean y hacen que se mueva un patín de playa por autocontrol.