Debatir sobre los méritos de Beethoven como compositor es perfectamente legítimo; pero la verdad es que quien no lo discute es el público. Impresionantes aclamaciones rubricaron su Séptima Sinfonía. También es verdad que, en general, la lectura fue muy estimable, con momentos inspirados en el Allegretto, a pesar de que, en algún momento puntual, los metales ahogaron el noble fraseo de los arcos; y de que no siempre en el pasaje fugado estuvo todo en su sitio. Esa tendencia de los bronces a producirse con estridencia está desluciendo un tanto el excelente trabajo de cuerda y madera. Es preciso que se integren en el conjunto como han hecho (casi) siempre. En el Allegro conclusivo, Dima impuso una velocidad al filo de lo imposible. Si estuviésemos en Ferrol, diría que se interpretó "a todo filispín", que es como se expresa en ferrolán a toda velocidad o a toda máquina. Y no es pequeño mérito que la orquesta le siguiese sin desmayo hasta el final. El movimiento más equilibrado fue probablemente el primero donde se cuidó la dinámica de manera especial. La Cuarta Sinfonía no goza de la popularidad de la Séptima. Sin embargo, Beethoven se halla en ella muy cerca del sentido del humor de Haydn. Tomada en conjunto, la versión pareció bastante correcta. El primer tiempo, con una excelente introducción llena de matices; el segundo movimiento, de ritmo incesante y complejo, con un pulso a contratiempo bien sostenido; y el cuarto, con su gracioso trío y una cuerda magnífica para traducir el motivo principal. Sin duda lo menos bueno, el tercero. El público, acompañado por la orquesta, cantó el conocido tema Cumpleaños feliz. La Sinfónica cumplía 25 años. ¡Felicidades!