En un escenario casi vacío, Blanca Portillo y José Luis García-Pérez recrean la Varsovia de los años 40. Lo hacen con El cartógrafo, la obra escrita por Juan Mayorga a partir de un viaje que realizó a la ciudad polaca, y donde, más allá de una piedra ennegrecida, fue incapaz de encontrar señal alguna del gueto que años antes había existido en el lugar. Su experiencia, transformada ahora en una reflexión acerca del dolor y el recuerdo, se representará este viernes a las 20.30 horas sobre las tablas del Teatro Rosalía -también el sábado-, en el que una mujer llamada Blanca hallará la leyenda del viejo cartógrafo que dibujó, con la ayuda de una niña, el mapa del punto en el que lo habían encerrado.

- Se suele afirmar que es fuerte quien pasa página y sigue adelante, pero usted dice que la fortaleza está precisamente en mirar a ese pasado.

-Es que creo que el problema no es pasar página, sino querer arrancarla. Cuando intentas vivir como si algo no hubiera sucedido, ese algo acaba reapareciendo e imponiendo su presencia. Convivir con lo ocurrido nos hace más fuertes.

- Olvidar no es la forma de sanar, pero ¿puede recuperarse Europa de una herida tan grande como el holocausto?

-El genocidio cometido contra los judíos es una inmensa cicatriz en el cuerpo de la historia del ser humano. Es una herida cerrada, pero la cicatriz permanecerá siempre.

- De su exterminio habla El cartógrafo . El director de la obra, Juan Mayorga, dijo que el dolor de esa gente era irrepresentable. ¿Cómo se plantearon entonces llevarlo a escena?

-Desde el más profundo respeto, con una conciencia clara de lo inabarcable de lo sucedido, y con la voluntad no solo de conmover, sino de intentar crear en el espectador una dosis de empatía que le lleve a imaginar lo que pudo haber sido. Lo hacemos a través de una historia pequeña, íntima, sin querer dar lecciones. Solo mostrar vida dentro de un mundo de horror.

- Emplean también a 12 personajes, aunque los actores sean solo dos, ¿por qué?

-Fue una decisión consensuada y aprobada por Mayorga. Creo que tenía sentido que, en un montaje de un planteamiento tan cartográfico, dos actores encarnaran a todo los personajes valiéndose de pequeños signos externos. Así el espectador también completaba el mapa.

- ¿Por eso dicen que es exigente para el público?

-Sí, porque busca un espectador activo. No es una obra en la que te den todo resuelto. No hay grandes decorados ni grandes efectos, así que requiere que el espectador complete la historia, lo cual no deja de ser apasionante.

- También es difícil para ustedes. Dice que en El cartógrafo encontró el límite de su capacidad actoral.

-Siempre he creído que con la imaginación y la experiencia vital, el actor puede interpretar cualquier cosa, pero aquí me encontré con un grado de dolor irrepresentable.

- Con El cartógrafo dibujan el mapa de la Europa del nazismo, pero también esbozan el mundo actual. ¿En qué puntos se unen ambos mapas?

-Esa es la reflexión a la que debe llegar el espectador. Nosotros no damos respuestas, sino que planteamos interrogaciones que el público debe responder.

- ¿Cree que este teatro del recuerdo puede llegar a provocar un cambio social en el futuro?

-Creo que el teatro invita a la reflexión. Eso hace mejor al individuo. Y los individuos pueden crear un futuro diferente.

- Están representando la obra por toda España, pero según Mayorga, hay interés en verla también fuera del país, ¿piensan en llevarla al extranjero?

-Sí, estamos en ello. Juan es nuestro autor vivo más traducido en el mundo y es cierto que ya hay varias ofertas. Estamos deseando poder llevar El cartógrafo fuera de nuestras fronteras.