Nací en el campo de As Cernadas, en la zona de Eirís, donde solo había unas pocas casas de aldea, una de las cuales era la de mis padres, María y Arturo. Ella se dedicaba a cuidar la huerta, mientras que él trabajó toda su vida en la Fábrica de Armas, primero en la del Campo de Marte y más tarde en la de Pedralonga, donde se jubiló.

Mi primer colegio fue el de la Fábrica de Armas en el Campo de Marte, hoy el Curros Enríquez, por lo que acompañaba a mis padre en el tranvía que iba desde Monelos hasta San Amaro, aunque cuando hacía buen tiempo íbamos en bicicleta. Recuerdo que mi padre las pasaba canutas porque la carretera hasta la fábrica era de adoquines y además había que tener cuidado para no meter las ruedas en los raíles del tranvía, lo que nos pasó varias veces y nos hizo darnos unos buenos castañazos.

En la fábrica estudié las cuatro reglas y fui además tornero hasta que me ofrecieron trabajar en la recién abierta factoría de Fertiberia, en Elviña, cuando aún estaban construyendo la avenida de Lavedra. Al empezar a construirse por aquella zona, la fábrica cerró y yo pasé a la Cros en O Burgo. Al desaparecer también esa empresa me puse a trabajar con mi cuñado, Víctor Varela, en las fotocopiadoras Canon, actividad en la que me jubilé.

Mis primeros amigos fueron todos de la zona donde nací -Monelos, Eirís y Oza- y entre ellos destaco a Julián, Santi, Chichi, Julito y los hermanos Manolito y Zurdo. Disfrutábamos jugando por todos esos lugares en plena naturaleza, donde había infinidad de fincas en las que comíamos lo que allí se cultivaba mientras no nos veían los dueños, aunque algunos llevaban perros para vigilar.

Para nosotros era una aventura ir a la Granja Agrícola, donde cogíamos ranas o sus crías, los cucharones, así como las cañas que crecían al lado del molino para luego ir a pescar al Muro. La Granja tenía una pequeña entrada en la muralla que daba al desaparecido baile Saratoga, además de otra en la zona de la Casa Cuna, donde había una fuente con un agua buenísima, por lo que mucha gente iba allí a cogerla, ya que la mayoría de las casas de aquellos lugares no tenían agua corriente, aunque en la mía teníamos la suerte de contar con un pozo. Nuestra casa había sido anteriormente una capilla que se transformó y en la que mis padres vivieron hasta que la tiraron en los años sesenta cuando empezaron a construir en la zona.

A los chavales de mi pandilla nos gustaba hacer cualquier trastada con tal de pasarlo bien y, como no teníamos juguetes ni nada que se le pareciera, utilizábamos madera para fabricarnos tirachinas, en los que usábamos además gomas de neumáticos para luego salir a cazar con ellos gorriones y lagartos.

Como estudié en el colegio de la Fábrica de Armas, practiqué allí atletismo y además jugué en su equipo de balonmano, con el que participé en los campeonatos de España que se jugaron en Madrid y Sevilla, aunque también jugué al fútbol en el Oza Juvenil y luego en el Orzán, en el que me retiré a los treinta años tras haber tenido como compañeros a Zurdo, Julián, Ínsua, Luis y Caramés. Recuerdo que con el Oza fuimos subcampeones coruñeses de modestos y con el Orzán campeones, en una época muy bonita en la que hice muy buenos amigos con los que me sigo viendo en la actualidad.

Me casé con Ángela Varela, una vecina de San Amaro a la que conocí con mi pandilla en un baile en El Seijal, que era uno de nuestros favoritos. Tenemos dos hijos, llamados Ángeles y Francisco, y una nieta que se llama Alma.

Como en la casa de mis padres había un palomar, desde muy joven empecé a preparar palomas mensajeras, una afición que mantuve durante muchos años, ya que me especialicé en la colombofilia y fui uno de los mejores de España al ganar durante varios años los campeonatos nacionales. Mandaba palomas a Madrid desde aquí, donde se disputaba el campeonato, y desde allí las devolvían aquí en un viaje que duraba varios días.

En la actualidad me dedico a reunirme con mis amigos de juventud para recordar los viejos tiempos en largas reuniones que hacemos de forma regular.