El Coliseum se entregó a Joaquín Sabina en su esencia. En el primero de sus dos conciertos consecutivos en la ciudad, el músico andaluz (un género en sí mismo) convenció a su parroquia de fieles coruñeses y agradó al público en general, las 6.500 personas que en pocas horas agotaron las localidades hace cuatro meses y anoche, sentados en la grada y en el foso, llenaron el recinto. Noche de nostalgia, noche de Sabina. Hoy, otra.

Jugando con el título de su último álbum de estudio y tras la proyección en pantalla de imágenes antiguas del autor como protagonista de las noticias de un periódico, Sabina "lo negó todo", pero no el "gusto de volver a Galicia y a A Coruña en particular". No una sino dos veces, recordó. "Voy por mi quinta juventud", bromeó tras abrir el concierto con el tema del mismo título del disco y complacer al público con sus halagadores recuerdos de "noches interminables" y "enamoramientos" en la ciudad.

"Os torturaremos con un ramillete de canciones nuevas", avanzó para dar entrada a varias piezas de su trabajo más reciente ( Quien más quien menos, Postdata, más tarde la ovacionada Lágrimas de mármol, que levantó a la gente de los asientos), tocadas en pie hasta sentarse y agarrar por primera vez la guitarra con No tan deprisa; después, "lo que Dios quiera".

Y Dios -o Sabina, en vaqueros, camisa y chaleco negros y deportivas oscuras- quiso que sonaran de nuevo las muy conocidas La del pirata cojo, con su fiel acompañante Pancho Varona como cantante, y Una canción para la Magdalena. Para Chavela Vargas fue Por el boulevard de los sueños rotos, que encendió las gradas y el foso del Coliseum, con los espectadores la mayor parte del tiempo sentados, pero levantándose en los momentos más emocionantes de la noche como cuando entonó Princesa o Nos dieron las diez.

Otros clásicos de Sabina hicieron correr el concierto, a cada tema con más dosis de nostalgia dentro y fuera del escenario. Aunque bromeaba el cantautor de Úbeda al referirse a su "quinta juventud", los años (68 cumplió en febrero) no le impidieron estar más de dos horas y media sobre el escenario. Con el bombín que le caracteriza en los últimos años saludó al empezar y se despidió al marchar. Una dosis más de Sabina y su música se bebió la ciudad.